Quisiera aprender a no ver
más allá
de los ojos por cordura
en tu amable cintura
con talle de alambre, suelta en costumbre
del amante
que pierde el sentido
por estas palabras
sin destino.
Quisiera aprender a no comprender
el mar iluminante
del suelo que respiro,
pero las compañías
me son tardías
y mi juguete sigue siendo
aquel que dejaste
en la calle a mi vera.
Quisiera aprender a no sentir
siquiera el compás
de imágenes que arrecian mis venas;
solo quisiera ser, sin entrometer
por sentir el sendero
de tu corazón
a través de mi ruego,
alimentando las hojas del requiebro.
Antonio Jiménez
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