Arde el tiempo y yo me encuentro suspendido
entre albores de gasa y sarmiento, esperando un ruego
por vía de metro que nunca llega al malentendido
de dos borrachos, cruzándose a vómitos el ciego
llanto del espanto inamovible que tanto roce
provoca al goce de unos nobles pardillos del doce.
Funde la tea en tesinas de roble y encinas
buscando el pobre alimento que echarse al cuello;
si entre las búsquedas de omoplatos en cocinas
hallas la enciclopedia del tronío, sea aquello
donde aviva el postre en treinta monedas de plata,
y no rebusques entre la paja más hucha que esa de lata.
Tras el trajín de los salteadores de caminos,
esos que roban el mijo a sabiendas de valores
en bolsa cayendo al río, sepan que me importa un comino
todos y cada uno de los líos de ninfas y cosas mayores;
paso de lo establecido y el establecimiento pasa
de mí como la miel de la mierda hecha masa.
Aunque me vistan de marinero y bucanero sea visto,
la lisonja me provoca en aquellos usos terrestres
donde se abonan los percebes. Si quiero ser más listo
que el hambre, voy provisto de caries en silvestres
caudillos que abanican mi donaire. Creo merecer
mayor status que aquellos sabedores de mi perecer,
pues está más que leído que las grandes epopeyas
son lastimosas cuando viertes el corazón por ellas.
Antonio Jiménez
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