La mariposa ya se ha posado en mi mejilla

A cada día que pasaba, nuestro intérprete sentía cada vez más fuerte el revoloteo de mariposas en su estómago. No veía el momento de poder cruzar unas leves palabras a la desconocida que tenía a unos 250 km frente a su monitor. Aunque a él ya no le resultaba tan desconocida, puesto que se habían abierto las almas como si de un tajo se hubieran cortado las venas, y ambos conocían bastantes aspectos del interior de sus ánimas. Hablar con ella significaba para él como una paz y un desasosiego, como si hubiera encontrado en una mujer los caracteres que siempre había estado buscando, como si al fin se pudiera encontrar frente a la dama de sus sueños; pero ante tales pensamientos se valía de un ¡basta! al saber que no era correspondido.

Y se abatía en su sillón pensando que si, que la amistad está bien, pero también pensaba en que a lo mejor con el tiempo llegarían a ser un poco más correspondidos los deseos que sentía de ella, y todo eso lo abatía en un sopor que hacía agriar su carácter de tal manera que únicamente se sentía a gusto metido en su cama, con mil pensamientos que le hacían soportar todos esos sopores que tanto le angustiaban. 

Pero llegaba el momento de hablar con ella y se me quitaba todo de golpe, porque su dulzura me hacía caminar por parajes soleados a pesar de los 0 grados en la calle y la sonrisa que le sonsaco con alguna de mis bromillas me devuelve la alegría de vivir. Sé que aun eres lejana, pero desde aquí grito que me estoy enamorando de ti, para bien o para mal. Sólo espero que no me dejes de hablar.

Y dejó de hacerlo hace tres años.

Antonio Jiménez