martes, 29 de noviembre de 2011

Durmiendo



Él durmió sobre sus manos.
Sobre una roca.
Sobre sus pies,
sobre los pies de algún desconocido.
Él durmió en micros, en trenes, en aviones.
Se durmió estando de guardia.
Se durmió a un costado de la ruta.
Se durmió apoyado en una bolsa de manzanas.
Él durmió en un baño público.
En un galpón.
En el estadio.
Durmió en un Jaguar descapotable
y en la caja de una camioneta.
Durmió en los teatros.
En la cárcel.
Sobre los barcos.
Él durmió en casillas deshechas y en una ocasión
en un inmenso castillo.
Soportó dormido las frías gotas del agua de lluvia
y los ardientes rayos del sol.
Durmió  sobre caballos.

Se durmió sobre sillas.
Él durmió en iglesias, en hoteles de lujo.
Él durmió bajo techos extraños toda su vida.
Ahora él duerme cubierto por la tierra.
Duerme y seguirá durmiendo.
Igual que un rey antiguo.

Raymond Carver

lunes, 28 de noviembre de 2011

Amar y Querer



A la infiel más infiel de las hermosas
un hombre la quería y yo la amaba;
y ella a un tiempo a los dos nos encantaba
con la miel de sus frases engañosas.

Mientras él, con sus flores venenosas,
queriéndola, su aliento empozoñaba,
yo de ella ante los pies, que idolatraba,
acabadas de abrir echaba rosas.

De su favor ya en vano el aire arrecía;
mintió a los dos, y sufrirá el castigo
que uno le da por vil, y otro por necia.

No hallará paz con él, ni bien conmigo
él que sólo la quiso, la desprecia;
yo, que tanto la amaba, la maldigo.
Ramón de Campoamor

martes, 22 de noviembre de 2011

Semana santa



La pesada losa que apergamina mis logros
se ve taimada por el sudor del torso aritmético
del caballero con curvas en dos hechos
que van cogidos de la mano pero que por no poder
ser, no son ni hermanos. Así las tribulaciones
del amante del fuego se quedan en nada por ser
menos su venganzas que las del señor del cielo,
por poner un ejemplo de dicotomía ejemplar
entre dos entredichos que van de bichos. Mi
fiebre va en aumento al edulcorar los recipientes
de barro en forma de saeta ay, ay, ay; el dolor
que siente mi corazón por ver el paso de diez
muñecos encogidos sobre el mular de la ignorancia
mientras van haciendo fotos para perpetuar la vergüenza.

Antonio Jiménez

lunes, 21 de noviembre de 2011

Amor y soledad


Odio el bullicio y el frenesí del hombre,
que me hizo y me hace cuanto daño puede;
libre del mundo deseo estar preso
con mi sombra por única compaña,
y ver en soledad el fuego de los astros,
mundos que sin cesar al Juicio avanzan.
Oh, llevadme a la oscuridad más aislada,
el lugar adorado, donde en sosiego pueda
contemplar las caléndulas más hermosas
y su verdor apretado que estalla en oro.
Adiós a la poesía y al deseo,
borradme del mundo, mas dejadme
la voz de una mujer, que con su melodía
regocije y se apiade del corazón.
John Clare

viernes, 18 de noviembre de 2011

El ciclomotor por los aires


Estoy escuchando a los Pearl Jam en un concierto que grabaron el 9 del 11 de este mismo año (en este mundo tan virtual las cosas van que se las pelan) disfrutando como un cochino en su porqueriza y a la vez se me viene cinco mil pensamientos distintos, circulando a tumba abierta, sin control, esperando ser dirimidos por mi mente que los deja a su aire. Tras el chasco que me he llevado con mi psiquiatra que me dijo que me iba a quitar una toma de las tantas que me meto en el organismo para la depresión, al final se ha quedado en un triste comprimido para dormir, en el caso de que pueda hacerlo bien sin él. Para mí ha sido frustrante, como lo son tantas cosas en la vida, por ejemplo tener los cuarenta cumplidos y tener el futuro hipotecado a las decisiones que tomen los especialistas por mí. Estoy pelín cansado, me veo en el espejo y tengo la cara alegre pero en los ojos se me nota la tristeza de tanto como he pasado. Me quiero refugiar en el amor para ver si mi vida cambia y se me alegran esos ojos tan bonitos que parieron mis padres, pero parece que se me resiste Cupido. Al menos me puedo refugiar en la música.

Pero refugiar de qué. De estos días tan largos en los que la cotidianeidad se vuelve veneno para el alma, de esas lecturas aburridas que yo, por cabezón, me tengo que leer porque libro que empiezo, libro que acabo, aun siendo una patata. De todas las películas y series que descargo y no veo porque he odiado tanto la televisión que me da reparo ponerme enfrente de ella para ver aunque sea una película que se me va a gustar. Soy tan inestable como el cuerpo que me cobija, que engorda y adelgaza a su voluntad sin que yo pueda hacer otra cosa más que ver como se me apilan los pantalones en el armario, sean de talla mayor o más pequeña. Mi libertad se reduce por las noches a dormir solo en la cama.

Cuando tenía catorce años, mi padre me compró un ciclomotor de segunda mano, propiedad de un compañero suyo de trabajo, que estaba muy bien conservado, dicho sea de paso. Era un vespino. Una mañana de domingo que bajaban a la patrona de Lucena desde su santuario situado en la sierra de aras hasta la iglesia de San Mateo, iba yo solo por las calles con mi vespino hasta que un Ford fiesta se saltó un stop y fui a dar en su costado con el ciclomotor. Como iría que salté por encima del Ford y lo más sorprendente es que no había ni un alma en la calle en aquel momento y de pronto estaba rodeado de personas preguntándome como estaba. Solo sufrí un pequeño golpe en la rodilla no recuerdo si izquierda o derecha, por lo que el dueño del Ford, un abuelete encantador me llevo al centro de salud que estaba allí al lado para que me lo vieran y me curaran. Despues quedamos en que yo llevaba el ciclomotor a un taller y el abuelete pagaba los costes de arreglar lo que tuviera. Pero el centro de salud hizo un parte de faltas y lo mandó al juzgado que, pasado el tiempo, nos llamó al abuelete y a mí para juicio por lo que pasó (el accidente). Yo era un criajo y tanto perifolleo que vi allí me abrumó. Me llamaron la atención por lo menos tres veces con lo de levantarse y sentarse y un poco más salgo como causante del accidente. Bueno, hacía tiempo que no contaba nada de mi vida y ahí he escrito un capítulo más de ella.

Antonio  Jiménez