Quise alquilar mi cometa,
pero me daban pocos intereses
por tal oferta, así que decidí
dejarme de ostias y aposté
diez euros en las tragaperras
de los empeños, pero aquel día
estaban bajo tierra.
Maldije y oriné sangre por
piedras en vesícula de orden
inversa, pero quiso la vergüenza
arder tras la mata del castaño
que siempre hacía sombra en los
bajos fondos.
Las casualidades de esta función
no es más que ficción inmediata
a la lección tomada tras ingerir
tres chupitos de anís y dos
tragos largos.
No creáis que luego me fui,
seguí dándole vueltas al rédito
del crédito.
Pero todo era en vano, la ruina
era ya mi reina.
Morí al final en brazos de la paciencia.
Antonio Jiménez
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