domingo, 4 de julio de 2010

Teresa y la invitación sensual


Teresa era una mujer fascinante, tenía un don especial que le había marcado desde la pubertad y era que despertaba un deseo incontenible en todos los varones que la llegaban a conocer. Cada vez que se levantaba de su puesto de recepcionista situado frente al despacho del jefe, las miradas de sus compañeros la seguían en su andar sinuoso. Ellos la observaban moviéndose con esa sensualidad innata que invitaba a la lujuria, emanando fragancias florales, vestida siempre con esa ropa ajustada que dejaba entrever sus formas perfectas, atrapándolos en un desliz lascivo donde todos se inventaban ser el amante de esa mujer, realizando con ella todo un abanico de frenesí inequivocádamente sexual.

Ella, mujer bella sin hacer de ello más que un atributo agregado a sus muchas cualidades, había tratado de disimular su enorme atractivo con una simplicidad original que la hacía aún más deseable. Nunca se había interesado por el sexo. Había tenido amantes que no les duraba un resuello y nunca le apeteció demasiado tener relaciones medianamente largas, pero después de cumplir los treinta, un deseo incontenible se había apoderado de todo su cuerpo, encarnándose la voz de auxilio desde su frustrada vulva del deseo. Ahora empezaba a sentirse como una mujer lujuriosa, imperiosa amante que reclamaba poderosos estandartes.

Cuánto más lujuriosa se mostraba, más apetecible aparecía ante los ojos masculinos: pelo largo y negro, enormes ojos verde oliva escrutadores y de mirada penetrante, cuerpo en armonía con su metro setenta de altura, espalda curva, cintura estrecha piernas bien moldeadas, semejantes a las mejores columnas griegas, glúteos duros y redondos, pechos medianos, esféricos y turgentes, del tamaño de dos manzanas , tan tiernos que invitaban a llamarla mamá y no parar de succionarlos con deleite, sus pezones oscuros, crecían en forma de punta al contacto con los dedos. Sus caderas amplias, su sexo marcado por un clítoris abultado, deseoso de una lengua juguetona que supiera jugar con él hasta hacerlo estallar en mil sustancias marinas. Los varones que habían tenido el gusto de disfrutar los favores de esta mujer renacentista jamás la olvidaron, ya que con solo besar su cuerpo una amalgama de sabores emanaba dejándoles la lengua plena de sabor a bosque, salitre y miel…

Ahora estaba terminando de arreglar la agenda de llamadas de su patrón, hizo algunas de ellas para ajustar algunas de las citas del jefe, eran las once y media, hora en la que los hombres salían a almorzar. Se levantaron disimuladamente sin pausa pero con prisa, pensaba Teresa, en dirección a la puerta de salida, todos le lanzaron una pequeña mirada al escote de su camisa blanca aprovechando que tenían que pasar cerca de su mesa. Ella se sintió algo aliviada al verse libre de tantas miradas exploradoras. Dejó de arquear su espalda, sacar su culo en pompa, respiró por fin de forma liberada sin importarle que al hacerlo su vientre no fuera liso, - Al fin ya sin pose de estatua, se decía.
Se levantó caminando muy relajada hacia la expendedora de café que estaba situada junto a la pared lateral del despacho, a la derecha de su mesa. Regresó meditabunda, agitando la cuchara de plástico y dejándose caer a plomo sobre su sillón giratorio. Podría intentar conversar con algún hombre, dudó un instante, pero por qué no, todavía le quedaban veinticinco minutos de paz. Así que ya está, entraría en un chat. Pero lo cierto es que no buscó un chat normal, fue directa al navegador y escribió en el motor de búsqueda “chats de contacto”. Aparecieron los más destacados, pincho en el primero, por suerte no tendría que perder el tiempo en registros innecesarios, se podía entrar sin registro. Eligió un Nick seductor. Nada más entrar un desconocido la abordó, invitándola a mantener una conversación erótica privada vía Messenger. Teresa accedió, no tenía tiempo para más presentaciones, sería divertido. El desconocido salió del chat sabedor de que igual que él otros podrían intentar la conquista y distraerla, no quería correr riesgos, se llamaba Machoméxic.

Machoméxic: Hola preciosa, dime de qué color son tus bragas.

nocherótica: Vaya creí que primero se preguntaba el nombre. Soy nocherótica. Encantada. Como te veo con la libido subida te diré que llevo bragas transparentes de color rojo, vaporosas, con bordados florales y un sujetador del mismo color pequeño, que elevan mis senos perfectos y los agrandan a efecto visual.

Machoméxic: Perfecta dama, justo lo que necesita encontrar a estas horas de la mañana. Ahora estoy metido bajo tu falda, en tu escritorio, agazapado besando tus muslos, subo y te despojo de ella. Te hago levantar y te tumbo bocabajo en tu mesa, lamo tu hermoso trasero, separo tus glúteos y mi lengua se detiene dibujando tu esfínter, sigue y recorre tu espalda. Te despojo de tus bragas, que están llenas del almíbar de tu hermoso melocotón. Abro tus piernas y las flexiono hacia tus pechos. Mi boca busca tu vulva, la encuentra y la lame, como un perro, de arriba abajo, humedeciéndola y tomando tu néctar. Retomo la postura trasera, tus brazos apoyados sobre la mesa y tu culo levantando, piernas abiertas, mis dedos estimulan tu vagina, gimes como condenada reina durante minutos hasta que estallas en un pletórico orgasmo. Vuelvo a ponerte frente a mí y beso apasionadamente tus labios, los pechos son devorados y sigo bajando por tu vientre de nuevo estoy en tu sexo que lubrica en exceso la lava de un volcán en erupción, transparente, aromática, balsámica que emana los olores de una hermosa diosa del placer

nocherótica: Para, Machomexic que estoy comenzando a lubricarme de forma bestial. Que hermoso sexo oral me has regalado. Ahora voy a hacerte subir un poco de nivel. Te siento sobre mi silla giratoria, me subo encima de ti, mi pubis desnudo frota tu zona erógena, de atrás a adelante, marcando ritmo, mientras voy despojándote de la camisa y corbata, mis labios besan sus orejas con entrega, mi lengua moja y se inyecta dentro de tus conductos auditivos, va descendiendo por tu cuello, succiona tu nuez y sigue besando fervientemente tus pectorales. Mis manos te desembarazan de tu correa opresora, desabrocho el botón, bajo tu cremallera que no se resiste a la primera y saco tu verga de un tamaño apetecible, la veo, es grande sin caer en el exceso, me gusta y me la meto en la boca, casi la puedo engullir, comienza a cambiar de tamaño, siento una arcada, me ahogo, tú quieres que sufra tu dominio, me retienes un segundo más. Me obligas a comérmela toda de nuevo. Tu glande lubrica fluido que lamo pidiendo más, mientras tu polla se estrella contra todas las paredes de mi boca, tus testículos son acariciados, apretados con suma suavidad por mis dedos, que los cogen y acarician. Mis manos descienden ahora más abajo en dirección a tu zona anal, me frenas, no sirve te nada, accedes. Dos de mis dedos mojados por mi lubricadora lengua ya están masajeando tu agujero negro, busco y encuentro una próstata que espera que la seduzca con mi suave vaivén al ritmo de mi lengua que succiona, muerde, devora tu pene erecto que va a estallar sin poderse contener ya dentro de mi boca. Tu leche sabe a miel espesa, me la trago, me sabe sabrosa, a almejas y mar. Engullo el último trago de la punta de tu glande que queda completamente limpio por mi lengua que rota sobre él.

Machoméxic: Me ganaste nocherótica, estoy erecto y con ganas de sentir esa boca sumisa que me falta en este momento para ser feliz. Te paso la dirección de mi casa, vente directa de tu trabajo, es una orden.

Y sin dejar opción a una respuesta dubitativa, la escribió en la pantalla del ordenador, acto seguido cerró la comunicación.

Teresa no podía creer lo que acaba de ocurrir. Ella una mujer seria y cívica, protagonizando un suceso erótico en horas de trabajo, propio de una ninfómana. ¡Qué asco me doy!. Sin embargo, tuvo que levantarse e ir al baño, sus bragas estaban empapadas y temía que el exceso de lubricación descendiera por sus piernas delatándola para vergüenza propia delante de sus compañeros de trabajo.

Al regresar anotó la dirección, en un trozo de papel reciclado que siempre tenía sobre su mesa, no podía detenerse a esperar que fueran las dos. Cogió su bolso y se dirigió hacia su coche. Escasos minutos la separaban de una hazaña sin precedentes.

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