miércoles, 28 de julio de 2010

3. El bosque secreto



Me encuentro vacío. La soledad cada vez se va volviendo más pesada y los cánticos que envolvían mis ilusiones se van evaporando dejando tras de sí una estela que dibuja un camino que termina donde debería empezar mis voluntades. Cada una de mis pulsaciones aminora su ritmo en un intento de desprenderse de mí, ya que lo único que las alentaba era mi vigor desprendido. La vieja quimera de frágiles tormentos vuelve a mí como la sombra del abedul dobla la savia del roble, todos ellos llaman al esquivo pero su eco resuena como las llamas del erebo, agotando mi sereno espíritu, dando con la llave que abre la puerta de mi resquemor, de mi ridículo, de mi agotado conciliábulo. Intento apaciguar un lamento que va más allá del insondable silencio que marca los apaisados folios con los que configuraste el mapa de tu huida, pero no encuentro más que la llama de un hueco espacio que infringiste en mi corazón. ¿Sabes qué hora es? La hora del conforme trueno que avisa a los pastores de que un pobre vaga mundos está a punto de perder la cordura. La pluma parece perecer sobre la hoja en la que estoy desfragmentando las voluntades que siempre quise amoldarte pero nunca me dejaste. Son tantas las cosas que pude prometerte y sin embargo la providencia se encargo de serenar en el más profundo de los recatos. Los mares quisieron llevarte más allá de lo que supe apreciar, pero mi ventura siempre supo apreciar con ventaja las sutilezas del brío con el que los racimos quisieron bordar los entresijos del amor. Pero no te sobró ni mis tierras, ni mis castillos, ni mis brazos, ni mi mente, ni mi ser, ni mi luz. Ahora me siento abatido y febril, sintiendo como los fantasmas de nuestro pasado me acosan para volverme orate. ¿Oyes? Son ellos. Vuelven de nuevo. Ya están entre estas cuatro paredes. Siento como los latidos van apresurando su marcha y como las sienes se comprimen para a continuación empezar mi dolor de vientre. ¿Por qué me atormentáis? ¿Acaso no es suficiente pago el que mi amada se haya marchado? Ahora mismo quisiera estar en un bosque, sentado sobre un tronco, retozando mi mano con alguna flor silvestre mientras el sol penetra entre las ramas creando un millar de diminutos puntos en el frondoso suelo. No quiero estar entre estas paredes. Muere mi ventura por no tenerte y por temerte. ¿Acaso mi voluntad no os sobra para desaparecer? ¿Acaso no es mi sangre digna de verse en vida resuelta de tan espantoso castigo? ¿Acaso mi ser no merece alegrías y cordura? Como desearía volver a ser niño, volver a estar entre tus brazos, madre, sentirme abrigado entre tus pechos, acudir a las enseñanzas de padre, correr por la vereda del río, bañarme en él, sentir la inocencia en carne viva, rebuscar entre las hierbas en busca de caracoles, cazar conejos, dormir de un tirón por las noches. Pero hemos de madurar para perpetuarnos. Y quiso la ventura enamorarme de una mujer que no me correspondió. Y la chacota me ha hecho llorar lágrimas de sangre por los derroteros que siguen la dificultad de ser hombre. ¡Dejarme en paz! ¡Desapareced de una vez! Por misericordia os lo pido, dejadme solo con mis pensamientos, no dejéis aflorar en mí mayor grado de locura del que ya mantengo. La noche está haciendo acto de presencia. No tengo mayor provisión de luz que la poca que me quiera regalar la luna. No estoy viviendo pues no vivo, ya que mis horas como ser terminaron en el mismo momento en el que me abandonaron. Siento un escalofrío que recorre mi cuerpo. Sé que sois vosotros. Ahí está la luna. Hoy estoy de suerte pues muestra su cara más plena. Cuantos besos te robé acariciado por la brisa bajo tu manto, tú que influiste tanto en mí, tu que iluminas mi albo esmero de recuperar la ilusión perdida, tú que te coronaron reina de una oscuridad que arrastraba el ciego martirio, tú que alimentas el mar que me partió en dos, tú que vigilas el sueño que liturgia mis descalabros, tú que magnetizas el embrujo del trovador, tú, Selena mía, que encandilas al alba, tú, lucero mío, que eres lo único que me quedas. La tristeza me está comprimiendo. Yo, que he librado mil y una batallas, estoy en la más pérfida de las figuras. Estoy demacrado y huesudo. El amor me consume como el fuego a una tea. Mis dedos, que antaño enfundaron espadas y hachas, difícilmente pueden con esta pluma. Mis ojos, que distinguían al enemigo situado a veinte leguas, no llegan a ver lo escrito. Me alimento del aire y sacio mi sed con la saliva que a duras penas logro concentrar. Hace tiempo que la única compañía que tengo son estos fantasmas que hacen mi miserable vida más tenebrosa. Si apenas pudiera concentrar unas fuerzas para mover el desprecio que me siento, pero no me llegan ni para eso. Siento los esfuerzos inútiles y la desidia se ha apoderado de mí hasta hacer un espantajo sin misericordia. Las noches me abruman y los días me menguan, Ni siquiera el canto del jilguero es suficiente para albergar en mi mayor sustento que la desidia. Estoy acabado y sólo deseo que llegue el final de mis días, pero este se hace largo e inconstante. Solo puedo pedir ayuda, pedirte ayuda para que apacigües mi lamento, para que ayudes a este pobre trozo de mortaja a terminar su sufrimiento, para que pongas fin a mi vida. ¿Me ayudarás?

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