miércoles, 14 de julio de 2010

De el crack, Joan Crawford, Sara Bow y Buster Keaton



William Blake lo dijo bien clarito: “Si una estrella dudara, de inmediato dejaría de brillar”. Con la llegada de la Gran Depresión a instancias del crack del 27, en Hollywood ocurrió esto a patadas.

La tensión fue excesiva para muchos de los denominados “grandes”. En lugar de tratar de sobrevivir de las rentas, prefirieron escenificar (ya se sabe, por la cosa de ser actores y eso) su Gran Final. Algunos se suicidaron como Dioses autodegollados al pie de sus altares. Fue durante este período cuando salió a relucir por vez primera el concepto de “has been” (ha sido). Una etiqueta difícil de quitar por muy injustamente que estuviese adjudicada.

Algunos afortunados se las arreglaron para emerger del doble hundimiento “crack/cine sonoro” montando todo un show al hacer caso omiso de la amarga realidad. Una de las afortunadas luminarias de la época fue una hija del jazz con un pedazo de clítoris: Joan Crawford.

En 1932, en medio de la Gran Depresión, Crawford sintió la llamada de fortificar la moral de la nación a través de un manifiesto hecho público en las páginas de “Photoplay”, irónicamente titulado “¡Hay que gastar!”, toda una declaración de principios sobre los Derechos de una Estrella como ella.

Joan replicaba que el deber de una Estrella residía en mantenerse en el estilo de vida que el público asociaba con su elevado puesto. Y con gran determinación se rodeó con lo máximo en lujos, pieles de última moda, deslumbrantes joyas y un renovado guardarropa de fabulosos modelos. Ella veía así la forma de hacer sentir satisfechos a sus fans y a la vez los dólares en continua circulación.

A su vez, Joan sugería a sus admiradores a emularla con frases como la siguiente: “Yo, Joan Crawford, creo en el Dólar. Todo lo que gano, lo gasto”. Para ella se trataba de algo parecido a una fe religiosa dentro del estilo de vida Hollywoodiense.

Joan supo llevar todo al extremo. Como el resto, se había asomado al precipicio y al olvido y no le había gustado lo que había visto. Sabía muy bien de donde procedía y no tenía la menor intención de regresar allí de nuevo.

El crack había hecho mella en la seguridad desvergonzada de Hollywood. En el silencio nocturno de sus almas doradas, las estrellas supervivientes sabían que algo ajeno a ellos se había infiltrado en su privilegiado entorno desde hacía bien poco, una rata cobarde que hacía tambalearse su vanidad más elocuente, una rata llamada miedo.

El escándalo hizo su entrada triunfal en 1930, a raíz de la batalla legal protagonizada en los tribunales entre Clara Bow y Daisy DeVoe. Pero la verdadera contienda se representó en un local semivacío.

Aunque los amoríos de Clara fueran siempre desmenuzados por la prensa sensacionalista, la nación se hallaba demasiado pensativa en sus propios problemas como para tomarlos en cuenta. El caso Bow sólo suscitó miradas de soslayo, sobre un festín que a todos les había producido resaca.

En 1931, mientras Clara era víctima de su primera crisis nerviosa, la mayoría de sus antiguos admiradores se encontraban buscando empleo por las calles. Y, mientras trataba de recuperarse en una institución mental (o manicomio en aquella época), una multitud se enfrentaba a una música mucho más estridente que el Jazz. Pese a que su regreso al cine sonoro fue brillante, la película “Salvaje” no la libró del desastre. Clara ya era una reliquia del pasado, y el dolor que esto le produjo la desembocó más profundamente en la locura. Una vez más de vuelta al sanatorio, esta vez envuelta en sábanas heladas.

Muy pronto, y en el mismo hospital, se le uniría Buster Keaton, fuera de quicio por los combinados traumas emanados de la llegada del cine sonoro, la pérdida de control artístico sobre sus películas, los problemas maritales, y, como no, los de bebida.

2 comentarios:

  1. De lo que se entera uno con este blog!!! si me dieran seiscientos mil euros yo tambien sabria como gastarlos, y quien no???...

    beXotes

    Xim

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  2. Uy, quita, que precisamente ayer esruve leyendo cómo se habían arruinado unos pipiolos después de haber conseguido ganar a la lotería, y es que se ve que lo mejor que nos puede pasar es quedarnos como estamos.

    Besotes

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