lunes, 5 de julio de 2010

Isbruck



Cae la noche en Isbruck. Estamos en un control de carretera el teniente Peterson, el sargento Smith, el soldado Brown y yo. Hace un frio que se cala en los huesos, a pesar de la ropa de abrigo que llevo encima. Con lo a gusto que estaría ahora en el pueblo tomándome una cerveza bien fría escuchando música en el garito de Brian. En fin, alistarse en el ejército tenía este riesgo, el que te mandara a alguna de las misiones de paz, como se llaman ahora. Hace como una hora que no pasa ningún coche. Los autóctonos están muy concienciados de no salir cuando cae el alba. Los grupos terroristas llevan un tiempo muy activos, pero están más operativos por la mañana, que es cuando más concentración de ciudadanos hay. Todo es una mierda, derrocamos al dictador de este país con la promesa de traerles la democracia pero lo único que hacen es destruirse los unos a los otros, Parece que quieren seguir viviendo en la edad media. Todo lo que está subyugado a una religión es un mojón. Joder, si es que no hemos aprendido en dos mil años de historia una mierda. Y ahora estoy en el culo del mundo aterido de frío, con el culo lleno de arena, los labios resquebrajados, la piel tersa y quebrada por el sol, cayéndoseme el pelo de tanto llevar el jodido casco, con picores por todo el cuerpo, con los pies picados de llevar puestas las botas todo el santo día, las orejas con pupas de las chinches que hay en las literas, joder, si es que me pongo y no paro. Y cuando hay que cagar, de cuclillas expuesto a que te pique un bicho, con las ganas que tengo de hacerlo en un wáter como Dios manda. Que hambre tengo. ¿Qué habrá de cena hoy? Para la hora que llegaremos ya estará fría, eso seguro. Que jodido es tener que montar guardias, y si te toca control de carreteras, peor que peor. Nadie habla. Tenemos que dar la sensación de estar muy concentrados oteando el horizonte, la carretera, los caminos que hay por los lados, cualquier forma que veamos sospechosa. Los muy hijos de puta pueden aparecer por cualquier lado.

-Mi sargento, objeto sospechoso a las 14-grita Brown.
Todos como movidos por resorte nos ponemos el arma en situación de tiro mirando a las 14.
-Es una jodida cabra, soldado Brown-escupe el sargento.
-Bueno, ha estado bien, siempre hay que estar alerta-analiza el teniente Peterson.

Yo me quedo callado, algo nos ha sacado de nuestra rutina. Somos hombres preparados para el combate y en absoluto nos hemos puesto nerviosos. La cabra sigue su camino ignorándonos. Para ella no somos más que cuatro personas. Cuatro de esos que andan a dos pies que de vez en cuando le echan algún alimento que la saque de su menú herbal.

Al cabo de un rato se acerca un vehículo. Parece un coche. Me dispongo a confirmarlo con los prismáticos y es un Ford Sierra de color arena, muy apropiado para el entorno. Así se lo hago saber a mi teniente.

-Bien, soldado Williams-Me contesta. –A ver, soldado Brown, adelántese y dele el alto con las luces de la linterna-ordena a Brown.

El soldado le obedece y se adelanta unos treinta metros y empieza a hacer aspavientos con la linterna, en lo que en lenguaje internacional viene a significar que pare el automóvil. El coche parece no hacer caso.

-Mi teniente, el coche no tiene trazas de parar-grita el sargento.
-Ya lo veo ya. Enfunden sus armas-ordena el teniente.
El coche para a unos cien metros de donde se encuentra el soldado Brown.
-Soldado Brown, vaya hacia el coche y pregúnteles quiénes son y que hacen aquí, y que den media vuelta, que por aquí no se puede pasar-le ordenó el teniente.

El soldado se dispuso a obedecer la orden cuando las ruedas chirriaron y el coche se dirigió hacia nosotros. El soldado Brown tuvo que esquivarlo. Los tres hombres que estábamos en el control nos pusimos las armas en posición de tiro esperando una orden.

-Que cojones-expulsó el sargento.
-Esperad mi orden-sentenció el teniente.

El coche paró de nuevo a unos cincuenta metros de nosotros. El soldado Brown corrió hasta encontrarse con nosotros.

-¿Los has podido ver?-preguntó el teniente.
-No mi teniente. El interior del coche estaba muy oscuro, pero me ha parecido entrever que son cuatro, por las siluetas- contestó el soldado Brown.
-Estás seguro, soldado-gritó nuevamente el sargento.
-Si, mi sargento. Juraría por mi honor que si-sentenció Brown.
-Bueno, está la cosa equilibrada, que carajo-sentenció el sargento.

En ese momento oímos abrirse las puertas del Ford y vimos como se bajaban sus ocupantes. Efectivamente, eran cuatro. Volvimos a posicionar el arma en tiro y seguidamente el teniente les dio el alto, pero hicieron caso omiso a su orden. Empezaron a hablar entre ellos y siguieron andando hacia nosotros. Yo me di cuenta en ese momento que de los cuatro, ninguno sabíamos interpretar mínimamente su idioma cuando empezaron a hablarnos en su lengua.

-¿Qué cojones dicen?-preguntó extrañado el sargento.
-No lo sé mi sargento. De los cuatro ninguno los entendemos-le contesté.
-Me cago en las cucarachas sagradas del faraón Ramsés, dele el alto nuevamente, mi teniente-gritó el sargento.
-No lo voy a repetir más veces, ¡ALTO!-sentenció el teniente.

Pero los cuatro desconocidos se acercaban cada vez más, hablando más y más fuerte. Cuando ya se encontraban a una distancia de unos veinte metros, uno de ellos hizo el amague de llevarse la mano al interior de su chaqueta. En ese mismo momento nos ordenó el teniente ¡FUEGO! Y descargamos todo el cargador sobre aquellos pobres infelices. En tan poco tiempo no tienes tiempo de reaccionar. Se supones que estamos en una guerra, que los demás son el enemigo, que van contra nosotros. De los cuatro cuerpos solo dejamos jirones desmembrados contra el suelo. Yo mismo creo que le reventé la cabeza a uno de ellos. Y es que cuando descargas todo el potencial de cuatro M4A1 contra unos pobres cuerpos, ellos pueden dar por seguro que van a quedar hechos papilla. Cuando revisamos los cuerpos, vimos que eran policías. En la oscuridad y a aquella distancia, no nos dimos cuenta. Pero eran de los nuestros. Cometimos un error. Por una serie de circunstancias, ni ellos hablaban nuestro idioma ni nosotros el suyo. No supimos prever eso. Cuando la sociedad conoció la noticia, se formó una especie de caza de brujas contra nosotros. Para los más detractores, no solo tuvimos bastante con invadir su país, sino que encima matábamos a los que estaban de nuestra parte. Los periodistas se emplearon a fondo para calumniarnos. A los cuatro nos echaron del ejército con deshonor. Dijeron que teníamos que haber esperado a ver un arma, que por pura intuición no teníamos que actuar. Ese fue mi fin en la carrera militar.

Hace dos días estaba sentado en mi habitación con un 9 mm apuntándome desde el frontal de la boca dirección al cerebro. Apreté el gatillo y mis sesos se estamparon contra la pared. Ya no les puedo decir quién les ha contado esta historia.

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