martes, 20 de julio de 2010

Es tiempo de justos



Hace pocos días rellené una especie de cuestionario que en argot bloguero recibe el nombre de “meme” en el que contesté que estuve un par de veces en el calabozo. En este post voy a contaros todas las incidencias que me llevó a pasar una noche en dichas instalaciones. Era una tarde de un miércoles cualquiera del mes de enero del 2005 y me encontraba con un ataque de ansiedad que me estaba consumiendo por dentro. Mis padres se encontraban por aquella época en mi piso y mi madre me notaba más nervioso que de costumbre. Entre que me agobiaba por sus preguntas y me agobiaba por mi estado, decidí salirme a la calle no a dar una vuelta que hubiera sido lo correcto, sino decidido a coger el coche y hacer kilómetros a ver si eso me calmaba. Siempre he buscado escusas para todo, y tenía que buscar una escusa para salir a la carretera. Hacía poco que me habían dejado en el buzón publicidad de una nueva tienda enorme de electrodomésticos en Puente Genil, una ciudad a unos 25 kilómetros de Lucena. En dicha publicidad me llamó la atención un discman que estaba muy bien de precio. Ya tenía la escusa. Fui al banco, saqué los euros y me dispuse camino a la carretera comarcal que lleva a Puente Genil. La tienda está en un complejo de ocio donde se encontraba el multicine, ya cerrado, la bolera, unos cuantos bares, pubs, restaurantes y el Carrefour. Cuando llegué a la tienda y vi el discman, comprobé que era una autentica mierda made in China y, ya que estaba en Puente Genil con los latidos del corazón a 50000 revoluciones por hora, no se me ocurre otra cosa que ir a un bar a tomarme un Barceló con coca cola. Aquello fue poco antes de entrar a proyecto hombre, y era una época en la que bebía mucho. Cuando iba por el cuarto o quinto cubata, le eché un ojo a la máquina tragaperras. Según me iba calentando con el alcohol, me iba entrando ganas de jugar. Era gradual. Empecé a malgastar mis primeras monedas. Seguí bebiendo y jugando. Ni por un instante pensé que tenía 25 kilómetros de vuelta a mi piso. No me importaba nada. A mí se me había quitado la ansiedad. El corazón había recuperado sus revoluciones normales y me encontraba feliz. Cuando se me acabó el dinero, le pedí al dueño del “Alimón”, que así se llama el local, que parara la máquina, que iba un momento al cajero automático a sacar euros y me fui. Cuando volví estaba otro hombre jugando en la máquina y entré en cólera. De inmediato llegaron los guardias de seguridad del complejo y me retuvieron. La gente se agolpó alrededor de la escena defendiéndome asegurando que yo solo había reclamado lo que había pedido momentos antes, pero en medio de la conversación veo que me echan las manos a la espalda, que me ponen unas esposas y sin mediar palabra me tiran dentro de una furgoneta como si fuera un saco de esparto. Aquello sí que me indigno. No me enteré, pero al caer me di con la cabeza en el suelo de la furgoneta y aquello me iba a pasar factura. Ya lo contaré en otro post. Al pasar unos cinco minutos oigo que se suben dos personas a la furgoneta, levanto la cabeza como puedo y veo que se tratan de dos municipales. Yo, que soy un bocazas sin remisión, empecé a decirles que por qué habían hecho aquello. Que qué se creían, que yo era inocente, que no había hecho nada, que se iban a enterar, que no sabían quiénes eran mis familiares, que les iban a caer un puro por todo aquello, cuando de pronto le dijo el acompañante al que conducía que frenara, se bajó, abrió la puerta, me pegó un puñado y empezó a darme de ostias, puñetazos y patadas que yo parecía el sparring de un kickboxer cualquiera. Cuando se canso me preguntó si quería más, a lo que le contesté que no tenía huevos de darme más, y otra vez se lió a darme de palos. Esta vez no me preguntó nada, me tiró de nuevo contra el suelo de la furgoneta dando con la cabeza nuevamente en el suelo. Yo no recuerdo cuánto tiempo tardamos desde el “Alimón” hasta el cuartel de la Guardia Civil, lo que sí sé es que el coche frenó cinco veces y cinco fueron las palizas que me dieron. Aquel día llevaba gafas pues para lejos debería llevarlas y me rompió uno de los cristales. Antes de ir al cuartel pedí mi derecho a ser atendido. Llevaba la cara echa un poema y tenía moratones por todo el cuerpo. Los ojos parecían carbones, y me atendió una médico joven que mientras hacía el parte de faltas yo llorando le conté todo lo que había pasado y ella solo pudo poner una cara de “Dios mío, porque me ha tocado a mí este marrón” Al final me llevaron al cuartel de la guardia civil y en vez de preguntarme como aparecía de esa guisa empezaron a reír todos de buena gana. Estuve sentado en un banco por lo menos una hora y a la persona que menos creía que me iba a encontrar, a la que vi echando a la tragaperras cuando llegué del cajero automático, me la encontré por allí dando vueltas. Estuve llorando impotentemente, preguntándome como me podían pasar estas cosas a mí. Al rato, de la impotencia y el malestar, no hice otra cosa más que coger las gafas, terminar de romper el cristal partido e intentar cortarme las venas. Como tenía las esposas puestas aquello era una empresa difícil, por lo que solo me hice un corte algo profundo que apenas sangró. Tiré el trozo de cristal con fuerza al suelo y tal como se hizo añicos me hice yo también. Al rato me condujeron al calabozo, que era una dependencia de unos 5 metros cuadrados con un poyete a lo largo que hacía las veces de cama. Me preguntaron si quería colchón a lo que respondí que no. Con lo escrupuloso que soy solo de pensar en un mugriento trozo de gomaespuma en el que ha estado sepa usted quien, se me revolvía el estómago. Al verme enjaulado y como no había tomado la medicación aquella noche, empezó a subirme la ansiedad. Empecé a gritar que por favor llamaran a mi madre que yo estaba enfermo y necesitaba tomar mis medicamentos. Así estuve una hora hasta que bajó el municipal que conducía, el que no me había pegado y me amenazó que si seguía gritando bajaría el otro y me seguiría pegando. Pero yo no me callé y seguí gritando hasta que a la hora más o menos bajó un guardia civil y tomó el teléfono de mi madre y la llamó. Ni que decir tiene que estaba súper preocupada. Pero la llamada lejos de quitarle la preocupación lo que hizo fue empeorarla. A la mañana siguiente fue hasta allí en compañía de su cuñado, mi tío y mi primo. Cuando mi tío me vio empezó a llamarlos hijos de puta, sinvergüenzas, canallas, que esto siga pasando en los tiempos actuales y cosas así. La guardia civil me llevó al ambulatorio otra vez a que me hicieran un segundo parte de faltas. Exactamente igual que el primero. No me sacaron apenas nada. Me llevaron de nuevo a sus dependencias, me hicieron las fotos, me tomaron las huellas y me ficharon como si fuera un delincuente.

Ya en Lucena fui al ambulatorio y me hicieron un tercer parte de lesiones. Este si me lo hicieron en condiciones pues iban reflejados todos y cada uno de los golpes recibidos. Al pasar el tiempo me llegó una carta para ir al juicio. En él no se presentó mi abogado defensor con lo que pedí la comparecencia de uno y se pospuso la sesión a la siguiente semana. Me puse en contacto con un amigo abogado y él me llevó la defensa. En el poco tiempo que dispuso me la preparó pero ya sabíamos de antemano que era un caso archivado.

El juicio fue la cosa más esperpéntica a la que he asistido en la vida. Una cosa he de admitir. La semana anterior no llegué a cruzarme con el municipal que me pegó la paliza, pero esa si y me temblaban las piernas. Yo, que soy la persona más echada hacia delante que os podáis imaginar y más que ganas de partirle la cara le tenía pánico. Hay que ver lo que es verte en unas circunstancias y no poder defenderte. Bueno, a lo que iba, que en el juicio todos se contradecían, los golpes resulta que me los hice queriendo, en el “Alimón”, según el dueño, primero entré en la cocina con un cuchillo amenazando a todo Cristo. Luego que no, que lo que hice fue entrar en la barra a servirme los cacharros, luego que no, que lo que hice fue liarme con un taburete a darle golpes a la cristalera del local, luego que no, que lo que hice fue tirar la tragaperras al suelo. Bueno, a ese señor, por llamarlo respetuosamente, ni siquiera le cayó ningún cargo por perjurio. Ah, claro, como aquí no se jura ante nada…. A mí, no me dieron un solo céntimo a pesar de haber estado hospitalizado 15 días a raíz de los golpes sufridos en la cabeza (que ya contaré en otro post) sino que encima tuve que pagar una multa al estado de (redoble de tambor) 35 euros. Total, me quejo al dueño de un bar por no guardarme la máquina en la que me estaba dejando un pastón, me pegan una paliza, me enchironan, me fichan y tengo que pagar una multa de 35 euros. Pues todo esto me hace recordar una cita de Sófocles que viene como anillo al dedo: “Sólo el tiempo puede revelarnos al hombre justo; al perverso se le puede conocer en un solo día.”

Por cierto, me han publicado otro relato en la isla tuerta. Está en http://laislatuerta.org/diatriba-filosofal por si os animáis a leerme.

2 comentarios:

  1. me dejaste sin palabras a leer tu relato ufffff has debido de pasarlo mal muy mal........ bueno eso quedo atras,ahora esta el nuevo antonio animo besoss

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  2. Gracias Marya Jose, si, eso quedó atras y si lo cuento es para no volver a caer en los errores.

    Un beso

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