miércoles, 15 de diciembre de 2010

Escritos de un necio incoherente


Ni en sueños soy sensato.

Reconozco mi coche. Voy en los asientos traseros. Conduce mi primera ex. Quien va a  su lado no reconozco quién es, Conduce por mitad de un parque de atracciones. Me es familiar, pero todos sus atractivos han cambiado, como si aun reconociendo el lugar, estuviera en otro distinto. Llegamos a un pequeño túnel donde los que vienen en sentido contrario, tienen preferencia. Hay un ciclista en su bicicleta a nuestra izquierda. El conductor de una furgoneta le hace unas señales, como indicándole que está en sentido contrario a su marcha. Pasan las dos furgonetas y mi ex sigue su marcha, pero en una intersección se para a recoger algo que se le ha caído a su acompañante al suelo del coche. Empiezan a aglutinarse coches detrás, delante, a nuestra izquierda y nuestra derecha. Nadie pita. Ahora estoy sentado en el asiento del copiloto pidiéndole por favor que arrancara el maldito coche de una jodida vez. Incluso en sueños mi vocabulario es soez. Sigue la marcha y aparece la policía. Es de otro país. Estamos en otro país. Le pide los documentos y le digo al policía que el coche es mío. Entonces él bromea con la posibilidad de que ella se viera obligada a conducir por estar yo borracho y me enfado. Ojalá estuviera borracho, pienso, pero estoy bebiendo unas gotas que me lo impide. Le doy los papeles, que son todos de apariencia grotesca. Nos pide por favor que los sigamos a comisaría, y lo siguiente que veo es que estamos dentro de ella. Ellos nos acusan de un montón de cosas, por las cuales nos piden 22 euros. Mi ex está conforme, pero yo, ni por asomo. Les pido el resguardo de esas cosas y las leo. Están torpemente escritas en mal castellano y entre las acusaciones están escándalo público por haberme bajado los pantalones, escándalo al bajarme de una atracción gritando que era una puta mierda, escándalo por correr con el coche por mitad de un parque de atracciones, cuando eso está prohibido y así hasta quince o dieciséis cosas. Las acusaciones iban todas dirigidas a mí. Me negué a pagar la multa aduciendo que todo era una sarta de mentiras, me bajé los pantalones delante de un guardia gritándole que cómo cojones me los iba a bajar con semejantes calzoncillos. Me los miré y llevaba puestos unos que no veía desde mi niñez. El policía, abrumado, se bajo sus pantalones y dejo a la vista unos calzoncillos muy parecidos a los míos, unos slips blancos con líneas verticales muy finas y separadas de varios colores, primando el azul y el rojo. Al momento me coge el otro policía y me dice que gritar a un guardia está penado con la cárcel, y que allí me iba a llevar. Me enfado con él y le digo que no voy a la cárcel sin ver antes a mi hija, y me contesta que me está esperando en la calle. Mi hija debía tener unos cuatro años en mi sueño, y portaba en sus manos un spiderman desmembrado, el cual me pedía que le arreglara. Cogí el muñeco y le dije al policía que no me podía meter en la cárcel, que debía arreglar el muñeco a mi hija, y el muy hijo de puta me dijo que en prisión tenía todo el tiempo del mundo, que ella ya iría allí a recogerlo.

Y me desperté.

Puto subconsciente…  

Antonio Jiménez      

1 comentario:

  1. Al final hay que dar gracias por que los sueños sean solo sueños.

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