Hubo en mi vida un periodo en el cual me tomé en serio la tarea de ser escritor. Leía a diario al menos de cinco libros diferentes, probaba diferentes estilos narrativos, escribía poesías, relatos, esbozos de novelas, guiones de cortos, obras breves de teatro, ensayos… Mientras, bebía cada vez más. Empezaba con la cerveza y acababa con el malta a golpe de chupito animando a mi hígado sintetizar octanos por un tubo. Estaba en plena efervescencia no solo creativa, sino pedorra, ya que gracias a los litros y litros de cerveza que tragaba, mi esfínter exhalaba gases cual tubarro de moto yonquera.
Todo era magnífico, la gente no sabía de mi existencia, nadie venía a verme a mi casa, sólo se pasaba de vez en cuando el poeta raro, pero cada vez menos. Pero había un problema. Había escritores por todos lados. Internet estaba plagado de lumbreras. Cualquier desgraciado barra desgraciada se creía en posesión de verdadero talento narrativo. Todo era mezquindad, todo era vacio, todo era sucesiones de lo que le pasaba, le dejaba de pasar o simplemente lo que experimentaba por dejarle tal o cual pardillo barra pardilla. Pero todo se quedaba en vomitona sangrante de burro pescante. Ni una puta frase que te descuadrara, ni un puto pensamiento que te abriera las sienes hasta dejarte noqueado. El puto nihilismo se había ido por el desagüe y la gente meaba tan campante al son de las tornas prosaicas. Dudaba de mi propia existencia, pedía al puto infierno que la circodima que tomaba estuviera envenenada, que un puto tumor me floreciera en el cerebro, que mi vida pasara a ser hermana de la lechuga, que un jodido tranvía desempeñara su función catalizadora para desgarrar mi alma, que las lentejas se bolchevizaran y se convirtieran en engrudo en mi ojete impidiendo mi función evacuatoria hasta que me ahogara con mis propias heces, que San Nicolás Jodido del Culo me mandara un rayo divino que paliara mis penas, pero me dieron por el culo y sigo vivo.
Antonio Jiménez
Me encantó, tocayo. Me veo reflejado en bastantes cosas. Yo también tuve una época en que solo venia a visitarme un amigo poeta (ahora ya abrí el espectro) y me encantaba, más bien necesitaba, apagar el móvil (ahora ya no lo apago nunca). Pero vamos, muy identificado en todo lo que dices y sentías. Ahora que seguimos vivos hay que ir saliendo poco a poco de lo oscuro (el que quiera y/o pueda).
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