viernes, 3 de diciembre de 2010

Paul Auster - El Cuaderno Rojo (y 6)


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En la misma línea, a pesar de abarcar un período de tiempo más corto (unos meses en lugar de veinte años), otro amigo, R., me habló de cierto libro inencontrable que había estado intentando localizar sin éxito, husmeando en librerías y catálogos en busca de una obra supuestamente ex­cepcional que tenía muchas ganas de leer, y cómo, una tarde que paseaba por la ciu­dad, tomó un atajo a través de la Grand Central Station, subió la escalera que lleva a Vanderbilt Avenue, y descubrió a una jo­ven apoyada en la baranda de mármol con un libro en la mano: el mismo libro que él había estado intentando localizar tan de­sesperadamente.

Aunque no es alguien que normal­mente hable con desconocidos, R. estaba tan asombrado por la coincidencia que no se pudo callar.

-Lo crea o no -le dijo a la joven-, he buscado ese libro por todas partes.
-Es estupendo -respondió la joven-. Acabo de terminar de leerlo.
-¿Sabe dónde podría encontrar otro ejemplar? -preguntó R.-. No puedo de­cirle cuánto significaría para mí.
-Éste es suyo -respondió la mujer.
-Pero es suyo -dijo R.
-Era mío -dijo la mujer-, pero ya lo he acabado. He venido hoy aquí para dárselo.

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