sábado, 4 de diciembre de 2010

Una historia en guerra


El comienzo nunca se supo, sólo os puedo contar cómo
en una noche sin luna ni estrellas una flecha ardiendo surcó
el cielo partiendo el aire, rozando el grano y dando a la clase
de situación que declina la guerra. A partir de ahí, todo fueron
lanzas y espadas, saetas y fragatas, mortales y viudas al son
de los arrebatos guerreros cruzando la frontera del fracaso en exceso.

Pero como en todas las historias, en esta hay otra de calado
inverso pues soldado de Astes fue herido por soldado de
Cibrea, y este lo reprendió al interior de una cueva que
intuía como segura para que confesara las artes de su pueblo,
mas en su coraje se posó ramaje de confusión e hizo las paces
con el Dios de su interior ya que al mirar a su rehén a los ojos
cayó prendado sin remisión en un dolor que supo a amor en la prisión.

Curole las heridas y diole bálsamo de caña y miel para
amortiguar su daño. El Asteo se sintió confuso al ver Cibreo
ser su sanador y quiso apartar de su lado la mano que tanto calor
le daba, pero intuía que para salvar su vida debía seguir la fábula
hasta mejorar su causa. Se hizo el silencio y con gestos hablaban
fundiendo consejos de casta por hacer el dominio de aquella gruta.

La contienda seguía su curso pero Cibreo sólo podía dominar
sus ganas de besar al Asteo con todo su amor mientras éste
daba síntomas de su mejoría. Un día, hartose de valor y
mirándole fijamente a los ojos se deslizó lentamente con
el corazón acelerado y sólo pensando en rozar aquellos labios;
llegó al fin, lo hizo y la llamada fue secundada obrándose el milagro.

Con pasión la lengua hizo presencia y las salivas se sorteaban
haciendo astillas los remilgados patrones de Judea. La mano
se posó en el duro pecho y bajó por cuadrados en abdomen prieto
hasta posarse en la dura presencia que ruge su presa. La asió
con dureza y suavemente fue de arriba abajo hasta que el
Asteo tembló y con dulzura separó su cabeza y la posó en su mesa.

Ambos se dispusieron de tal manera que los pies de uno daban a la
cabeza del otro y viceversa, con la intención de mamar a dos bandas prestas
enseñas por bocas aviesas. El placer se hizo tal que sin quererlo
Cimbreo eyaculó bajo espasmos de goce pleno. A continuación
lo hizo Asteo y el cuadro se dibujó con dos amantes satisfecha
su hambre y devuelta su porte. Ambos se volvieron a besar,
se  vistieron y desaparecieron rogando a sus Dioses no permitir
jamás que su mano diera fin a quien tanto le había hecho sentir.

Antonio Jiménez

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