Sintiendo el palpitar en mis sienes,
no es un dolor lo que viene a proclamar,
es más bien el aviso de un presente en ciernes
abriéndose paso como el yugo de un malestar
traicionado por quien deriva en boleros
certeros, pero cuando declina su pesar,
alimenta los malos augurios de agoreros
callados por fogatas alimentadas al besar
el santo oficio de un callar clamado al cielo.
Quisiera al menos la fortuna dotarme de locura
para ser menos dado al ingenio de plasmar
inverosímiles cuartillas de verbos risueños, con la pura
ingenuidad que caracteriza mi empatía por rasgar
vestiduras no menguadas tras el infortunio que cura
males de enaguas y talles de encajes, por tomar
semblante de implante en pueril travesura
tuve dos días y siete noches de enjundia que respetar.
Mis condolencias fueron tomadas y estipuladas como nulas.
A buen puerto mis palabras van con cierto resuello,
no soy de dictamen fácil ni comprensión estimada,
solo veo una noche estrellada que hace rara la nada
de unos versos sin cante ni porte. He calculado
buena dosis de estudiada franqueza en este poema,
pero si queréis verdad de espíritu, desnuda alma,
mi bolígrafo guía mi mano que sin desidia
escribe lo que él le va ordenando. Esta es,
sinceramente, mi fuente de ingente mente.
Antonio Jiménez
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