Estaba pensando cómo cojones había llegado a aquella situación. Hasta donde me llegaba la memoria, había estado en el Pub Brisa hartándome de Barcelos con Coca Cola cuando escuche a aquellos dos mindundis preguntarle a Antonio (el dueño del Pub) si sabía de alguien que podía llevarlos a Cabra. Yo era alguien, tenía el coche aparcado por allí en la calle y tenía ganas de conocer a mindundis, por lo que me acerqué y les dije que yo mismo los podía llevar. Nos presentamos, el más bajito y con pinta más frikie se llamaba Pedro. El más alto y con la cabeza rapada debido a su alopecia se llamaba Andrés. Yo, Antonio. Echas las presentaciones, me llamó Antonio, el dueño, a una parte de su local. Allí me dijo que tuviera cuidado con esos tipos, que eran farloperos. ¿Con esa pinta de frikies?-espeté yo, a lo que me contestó Antonio Budia que tuviera cuidado.
Salimos a por el coche, lo arranqué y puse dirección al bello pueblo de Cabra. Dentro de mi coche me ofrecieron cocaína, cosa que rechacé cortésmente. Ellos se echaron sendos montoncitos en su dedo corazón y lo esnifaron como aspiradora que recoge montón de mierda. Al rato llegamos a Cabra y me dijeron que querían ir al Bujías, un Pub que desconocía, pero me dijeron la dirección y aparqué por la zona. Nos enfilamos hacia el local y entramos en él. Aquel era el típico garito heavilon. El mindundi chiquitín se acercó al de la barra, le dijo algo y enseguida le paso una cosa a su mano. ¡Manda huevos!, pensé, si querían droga en Lucena la hubieran conseguido en cualquier esquina. Le pregunté al mindundi más alto el por qué de haber tenido que venir hasta aquí si lo que querían era coca, y me contestó que en este garito tenían crédito.
Pero a la hora más o menos llegó un gitanaco como una montaña de grande y gordo que al ver a los mindundis empezó a sonreír y a bendecir a la virgencita del rocío. Los frikies se pusieron blancos. El gitanaco sacó un navajón de treinta y siete muelles por lo menos y dijo que había llegado la hora de cortarle el cuello a un par de ratas. Decidí que era hora de salir de aquel embolado cuando me preguntó quién era yo. Le contesté que uno que pasaba por allí y contestó que por allí sus huevos y que nadie se iba a mover de allí. Ahí me acordé de Antonio y de la madre que me parió. El mole moreno pidió sus cuentas a los farlopistas y estos les dijeron que ahora mismo era un mal momento, que uno estaba en el paro y el otro de baja, que cuando pudieran les pagaba. ¡Y UN HUEVO! Gritó el condenado gitanaco. Ahora voy a cortaros los huevos y a marcar la cara de vuestro amigo. ¡Que cojones! Sus huevos también se los comerán mis cerdillos. Yo estaba acojonado. De aquel gitano se podía esperar todo. El dueño del local no dijo ni esta boca es mía.
En ese momento entraron una pareja de municipales. Yo vi el cielo abierto. Tal como ellos entraron salí escopetado hacia la puerta, de allí hacia el coche, de allí hacia Lucena y de allí hacia mi piso. En mi vida me he vuelto a cruzar con aquellos mindundis. No tengo ni idea de si pasaron a ser pasto de los cerdillos de aquel gitanaco o si murieron de sobredosis o si se hicieron voluntarios de la orden de Carlos III o si simplemente se hicieron monjes tras el acojone de aquel día. Yo tardé al menos cinco meses en volver a pasarme por el Brisa, y nunca hicimos alusión de aquello. Que acojone, madre mía, que acojone.
Antonio Jiménez
Cada vez tengo más ganas de leer las Memorias de un Antonio Desmedido :)) Hijo mío, que vida la tuya :))
ResponderEliminarque fort lo que no te pase a ti no le pasa a nadie eres un as jajajajjaaajajjaja tienes para escribir un libro un beso
ResponderEliminarBueno, Lisset, poco a poco las puedes seguir por este blog, y si, ha sido una vida de lo más vivida.
ResponderEliminarBesos
jajajajaja, Maria Jose, veo que ya te has atrevido a comentar por aquí. Me alegro, guapísima.
ResponderEliminarUn beso
era la primera vez pero no la ultima no sabia si me reconocerias pero veo que si eres un fenomeno jajajjajajajaja un beso
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