domingo, 17 de octubre de 2010

El sindicalista


Cae la noche y los acontecimientos nos sitúan en el bar de Rafael. En él solo se encuentran Rafael, el dueño, sirviendo un vaso de vino tinto a Francisco, que se lo toma una vez lleno de un trago. Rafael mira su reloj y le hace la señal que acordaron la noche anterior a su único cliente, que asintió con la cabeza una vez que la observó. Francisco salió del local y ahora me van a permitir que haga un inciso en esta pequeña obertura para contar la historia de Antonio.

Antonio no era de este pueblo, ni siquiera pertenecía a un pueblo fijo pues sus pasos precedentes no sugerían origen nato. Al llegar a Lucarno se percató de las oportunidades que ofrecía en la disposición de ofrecerse como incipiente defensor de la causa campesina, pues esta estaba aun anclada en labores más propias de la edad media que de los albores de principios del siglo XX, época en la que estamos. Lector de las obras de Marx y fiel defensor de causas perdidas en otros lugares parecidos a este, seguía empeñado a llevar su cruzada personal contra los patronos pese a haber sido siempre su esfuerzo vano. Pero en este pueblo sembró la semilla de la discordia y consiguió prosperar una serie de frutos en forma de comunas agrícolas llevadas por los propios trabajadores siendo la tierra despojada del tirano pues la frase más usada por el pueblo llano era la de “La tierra para quien la trabaja”.

Al cabo de un rato llegó Francisco con Antonio al bar de Juan y el mismo dueño le sirvió un vaso del mismo vino tinto que bebió anteriormente Francisco. Le sugirió que lo saboreara bien y que le perdonara no poder ofrecer un mejor vino para la ocasión. Al terminar de bebérselo, lo condujeron a la parte de atrás y allí Francisco le seccionó el cuello de un rápido tajo con su recién afilada navaja. Francisco se lo echó al hombro y lo llevó hasta la puerta del colmado, donde había un barril vacio. Lo depositó encima del barril dejando que cayera de tal forma que sus pies y su cabeza quedaran por encima del barril, quedando el tronco doblado al final del barril. Tapó aquello con un saco de arpilla y se marchó de allí confundido con la noche silbando una canción infantil aprendida en sus años infantes.

Al día siguiente, Ramona, una señora gorda y metomentoda reparó en el barril tapado por el saco y quiso alimentar su curiosidad retirándolo para ver que tapaba. Al ver una mano y unos pies sobresalir del barril, asomó su regordeta cara y vio allí al señor que tantas veces había visto dando discursos en la plaza del pueblo. No pudo contener un chillido de histérica acompañado de varios “por Dios benditos” que hicieron concentrarse a la gente que andaba por allí a su alrededor. Las pesquisas y el siguiente resultado nulo por encontrar un culpable, pertenece a la historia del pueblo, aunque todos ellos sabían a ciencia cierta que había sido el tirano terrateniente quien estaba detrás de su muerte, ya que volvió a tomar posesión de sus tierras nuevamente.

Antonio Jiménez  

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