Dentro de sus posibilidades, Antonio siempre era propenso a escoger caballo perdedor. Sea como fuere, siempre se equivocaba en sus decisiones. La última que tomó fue irse a Albacete a casa de unos familiares para ver si lejos de su vida cotidiana podía serenar su ansia ludópata y bebedora, cosa que, lejos de conseguir, empeoró ya que se fundió el dinero que se llevó a los dos días de estar allí. Para no volver a su casa demasiado pronto, busco trabajo y lo encontró, pidiendo a la semana un adelanto que le concedieron no sin muchas preguntas. Al finalizar el mes y cobrarlo, dejó el trabajo y se fue de vuelta a su ciudad, ya que sentía que fuera donde fuera, su enfermedad iba consigo y la única manera de hacerle frente era con ayuda médica.
Con los bolsillos llenos de vil metal, camino de Lucena, paró en un restaurante a comer y en una tragaperras casi se pulió el dinero ganado. Con su simpático sentimiento de culpabilidad recorrió el camino que le faltaba a todo lo que daba el coche, rogando en cada curva una pizca de suerte para que el coche volcara y se acabara así su suerte. Pero llegó intacto a Lucena, subió el macuto, sacó la ropa, la dejó encima del barreño que tiene en el lavadero a la espera de ser introducida en la lavadora y se fue con el dinero que le quedó a emborracharse.
No recuerda cómo llegó a La Coquette ni el por qué, ya que este era un lugar que no le gustaba en absoluto, pero se pidió un Barceló con coca cola y, con la borrachera, empezó a insinuarse a la camarera. Ella, como es evidente, no le hizo ni puto caso, cosa que lo sumió en la tristeza y cuando fue al servicio lo llevó a destrozar todos los adornos de escayola de él, que eran muchos, ya que la decoración del local hacía alusión a monumentos de la época romana.
Salió como pudo del local y cuando iba por la Plaza Nueva, lo alcanzó el dueño del mismo y empezó a pegarle puñetazos en el cuello. Antonio no se defendió porque no sabe hacer frente a una pelea y porque se sentía culpable del destrozo. Cuando el dueño se cansó de pegarle, cosa que ya había atraído a numeroso público que veía a un Antonio al que se le habían caído los pantalones pidiendo todo el rato perdón, se fue no sin amenazarle con un si volvía a verlo otra vez por su local, lo echaba a patadas. Antonio se subió los pantalones y se fue llorando hasta su coche y se quedo allí sentado unas dos horas pensando en sus miserias cuando de pronto arrancó el coche y se dirigió a la ronda de Lucena, aparcó al final de la calle San Francisco y entró al Bar Paco. Una vez dentro, pide un café con Baileys al que le siguen diez copas de anis. Vuelve al coche, lo arranca, conduce por la ronda y a la altura de la calle matadero, pierde el control del coche chocando contra dos coches que se encontraban bien aparcados. Antonio no llevaba puesto el cinturón de seguridad y da con su cabeza en el parabrisas que lo hace añicos, doblando el volante con su abdomen. Cuando recapacita y se da cuenta de lo que ha pasado, se pone a reír a carcajadas. Cuando mira a su izquierda ve a un señor mayor que no sale de su asombro. Antonio como puede sale del coche y ve en el estado que ha quedado. Ahora no ríe. Llegan los municipales y Antonio les cuenta que está bajo medicación por depresión, que anoche le habían pegado una paliza y que pensó en quitarse la vida chocando contra esos coches. Le hicieron la prueba de alcoholemia y dio muy positivo. Se lo llevaron a comisaría donde empieza otra historia que quizá otro día les cuente. Por supuesto, Antonio soy yo.
Antonio Jiménez
Un choque frontal con la realidad fue ese...espero que Antonio esté mejor...un beso
ResponderEliminarGracias, Marita, si, si esta mejor
ResponderEliminarBesos
Me alegro mucho y cuídate.
ResponderEliminarYa puedes ir escribiendo "Memorias de un Antonio desmedido" :))) seguro que las vendes bien. Besos.
ResponderEliminarJajajajajaja, muy bueno, querida amiga...
ResponderEliminarBesos