jueves, 21 de octubre de 2010

Choque frontal



Dentro de sus posibilidades, Antonio siempre era propenso a escoger caballo perdedor. Sea como fuere, siempre se equivocaba en sus decisiones. La última que tomó fue irse a Albacete a casa de unos familiares para ver si lejos de su vida cotidiana podía serenar su ansia ludópata y bebedora, cosa que, lejos de conseguir, empeoró ya que se fundió el dinero que se llevó a los dos días de estar allí. Para no volver a su casa demasiado pronto, busco trabajo y lo encontró, pidiendo a la semana un adelanto que le concedieron no sin muchas preguntas. Al finalizar el mes y cobrarlo, dejó el trabajo y se fue de vuelta a su ciudad, ya que sentía que fuera donde fuera, su enfermedad iba consigo y la única manera de hacerle frente era con ayuda médica.

Con los bolsillos llenos de vil metal, camino de Lucena, paró en un restaurante a comer y en una tragaperras casi se pulió el dinero ganado. Con su simpático sentimiento de culpabilidad recorrió el camino que le faltaba a todo lo que daba el coche, rogando en cada curva una pizca de suerte para que el coche volcara y se acabara así su suerte. Pero llegó intacto a Lucena, subió el macuto, sacó la ropa, la dejó encima del barreño que tiene en el lavadero a la espera de ser introducida en la lavadora y se fue con el dinero que le quedó a emborracharse.

No recuerda cómo llegó a La Coquette ni el por qué, ya que este era un lugar que no le gustaba en absoluto, pero se pidió un Barceló con coca cola y, con la borrachera, empezó a insinuarse a la camarera. Ella, como es evidente, no le hizo ni puto caso, cosa que lo sumió en la tristeza y cuando fue al servicio lo llevó a destrozar todos los adornos de escayola de él, que eran muchos, ya que la decoración del local hacía alusión a monumentos de la época romana.

Salió como pudo del local y cuando iba por la Plaza Nueva, lo alcanzó el dueño del mismo y empezó a pegarle puñetazos en el cuello. Antonio no se defendió porque no sabe hacer frente a una pelea y porque se sentía culpable del destrozo. Cuando el dueño se cansó de pegarle, cosa que ya había atraído a numeroso público que veía a un Antonio al que se le habían caído los pantalones pidiendo todo el rato perdón, se fue no sin  amenazarle con un si volvía a verlo otra vez por su local, lo echaba a patadas. Antonio se subió los pantalones y se fue llorando hasta su coche y se quedo allí sentado unas dos horas pensando en sus miserias cuando de pronto arrancó el coche y se dirigió a la ronda de Lucena, aparcó al final de la calle San Francisco y entró al Bar Paco. Una vez dentro, pide un café con Baileys al que le siguen diez copas de anis. Vuelve al coche, lo arranca, conduce por la ronda y a la altura de la calle matadero, pierde el control del coche chocando contra dos coches que se encontraban bien aparcados. Antonio no llevaba puesto el cinturón de seguridad y da con su cabeza en el parabrisas que lo hace añicos, doblando el volante con su abdomen. Cuando recapacita y se da cuenta de lo que ha pasado, se pone a reír a carcajadas.  Cuando mira a su izquierda ve a un señor mayor que no sale de su asombro. Antonio como puede sale del coche y ve en el estado que ha quedado. Ahora no ríe. Llegan los municipales y Antonio les cuenta que está bajo medicación por depresión, que anoche le habían pegado una paliza y que pensó en quitarse la vida chocando contra esos coches. Le hicieron la prueba de alcoholemia y dio muy positivo. Se lo llevaron a comisaría donde empieza otra historia que quizá otro día les cuente. Por supuesto, Antonio soy yo.

Antonio Jiménez

5 comentarios:

  1. Un choque frontal con la realidad fue ese...espero que Antonio esté mejor...un beso

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  2. Gracias, Marita, si, si esta mejor
    Besos

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  3. Ya puedes ir escribiendo "Memorias de un Antonio desmedido" :))) seguro que las vendes bien. Besos.

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  4. Jajajajajaja, muy bueno, querida amiga...
    Besos

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