domingo, 11 de abril de 2010

Continuación 14.0

Hoy me he levantado a las 9:00. Me he levantado más tarde
porque tenía que ir al médico primero a por medicinas y después a la psicóloga.
Como no iba a salir a andar por la vía verde, he ido andando hasta el
ambulatorio que está en la otra punta de la ciudad. En él se encuentra la
consulta de los dos especialistas, así que no me tengo que trasladar para ver a
los dos. Me acompañó mi padre, no sé por qué, porque ni hablamos durante el
camino ni en el ambulatorio durante la espera, pero bueno, él se empeñó. Al
final no me ha visto la psiquiatra porque hoy no ha pasado consulta. Me
llamaron ayer, pero como tengo la mala costumbre de no llevar nunca el móvil
encima, no me enteré. Cuando vi en el piso las llamadas perdidas, me extrañaron
porque tenía muchos números. En un primer momento pensé que había sido mi
primera ex que había llamado desde el ambulatorio del parque, puesto que otras
veces lo ha hecho y sale por lo menos quince números en la llamada entrante.
Pero no, finalmente eran de salud mental cambiándome la cita. Como sólo
llamaron una vez, no me enteré. Al final, cansado de esperar, me acerqué al
mostrador a preguntar y me dijeron que la doctora no estaba. Así que me han
dado cita para el 20 de abril. Luego me tomé un café con mi padre y me vine al
piso a leer. Es muy interesante el libro. Ya voy por la mitad. Si no lo termino
hoy, lo termino mañana. Y como Marguerite fue esposa de Jean Paul Sartre,
filósofo francés famoso por su libro “La nausea”, lo próximo que leeré será a Nietzsche,
por la asociación filosófica.

La película que he visto hoy ha sido Shutter Island dirigida por Martin
Scorsese y protagonizada por Leonardo DiCaprio, Mark Ruffalo y Ben Kingsley
entre otros. No me ha decepcionado en absoluto. Es una historia muy bien
desarrollada, estructurada en un eje central con sorprendente giro. Siempre he
considerado a Leonardo DiCaprio como uno de los mejores actores de su
generación. Y Martin Scorsese sabe cómo contar una historia, tanto su parte
irreal como su parte onírica.

Sigo escribiendo para mi otro blog. Cada vez me encuentro
más suelto escribiendo. Creo que las historias son mejores, y mi estilo va
cambiando a mi antojo. Si, creo que en un año estaré de sobra preparado para
mandar cosas a concurso. Pero he de tener calma. Desde que puse el marcador,
hace apenas cinco días, he recibido 75 visitas. No sé si todas me han leído,
bueno, algunas son mías, claro, pero me conformaría con que la cuarta parte se
leyera un solo relato mío. Estoy depositando muchas esperanzas en estos blogs,
pero no por ganar fama o prestigio, nada por el estilo. Es para curarme. Cada
día que pasa y me pongo frente al ordenador, cada día que pasa y tecleo estas
teclas siento como la sangre va fluyendo con más fuerza en mi interior, siento
como mi mente va recuperándose de su letanía y siento como me voy conociendo
mejor. Todo eso se lo debo tanto a la lectura como a la escritura. Además,
mientras estoy ocupado en esto, no me acuerdo de las cosas que me dañan.

Hoy debería contar una de mis historias, otra de tantas que
me han ocurrido a lo largo de mi vida. Pero contaré lo que siente un jugador
patrológico cuando está frente a una máquina echándole monedas. Muchas veces habrán
visto a una persona en una tragaperra jugando compulsivamente. Seguramente no habrán
prestado más que unos segundos de su atención en esa persona. Si lo observan
más detenidamente, verán que no para de moverse, de mirar el reloj, el móvil,
las monedas, la gente, si fuma, encenderá un cigarrillo tras otro, golpeará
bruscamente a la máquina, sudará, beberá. Conforme vaya perdiendo, cada vez ira
creciendo su ansiedad, su nerviosismo, sus sudores. Pensará en trescientas cosas
a la vez, pero nunca en su familia. En ella pensará cuando se quede sin un duro
y se tenga que inventar la escusa de
turno. La 12356. Una cosa es segura, si volviera a nacer, si me dieran una
segunda oportunidad, pediría que me borraran los mecanismos del juego. Si no,
no querría la segunda oportunidad. Es tan mal como uno lo pasa tras haber perdido, que uno desea la muerte.
Mientras juegas, incluso te crees un Dios, estás por encima de los mortales.
Pero cuando pierdes, sólo deseas desaparecer. En serio, si algún día pensáis
echar veinte céntimos a una máquina, metérosla en un bolsillo y cuando lleguéis
a casa la depositáis en una hucha. Si yo
hubiera ahorrado todo lo que he desperdiciado en las máquinas, seguramente
tendría una flota de tres coches más. Y tendría que ser mormón porque
conservaría dos esposas.

Bueno, por hoy se despide este vuestro seguro servidor
AJJ

Música que escuchaba mientras elaboraba esta entrada:

Coldplay - The Singles (2009)

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