miércoles, 9 de junio de 2010

Ganas de vivir



Ayer no tenía la mente muy catócida (palabreja de las muchas que me invento, mitad católica, mitad lúcida) y es por eso por lo que no escribí nada. En lugar de eso posteé un video que me pareció curioso y un poema de Charles Baudelaire, autor por el cual siento una especial fascinación. Hoy me encuentro bastante bien, he reído en la terapia como hacía tiempo no reía y no se bien por qué, me encuentro francamente bien. Supongo que será porque no tengo ahora mismo nada que me remuerda la conciencia. A lo largo de mi vida las he pasado muy putas porque me he infligido todo el daño que he podido y más, hasta reventar de dolor y no contento con ello luego me quedaba la conciencia, que se encargaba de recordarme todo el mal que me había auto infligido. Ahora mismo recuerdo cuando una pareja que tuve se fue a Córdoba a desintoxicarse del alcohol que bebía y vivir una temporada en un piso que la Cruz Roja tiene cerca de Cruz Conde para mujeres con dependencias alcohólicas para su desintoxicación. Pues en un mes no pude tener contacto con ella, y cuando pasó el mes ella no quería mantener el contacto conmigo, lo que me sumió más profundamente en la depresión, llevándome a consumir más alcohol y a que una noche que había ingerido una alta dosis de ron me tomara tres cajas enteritas de comprimidos varios entre anti depresivos y ansiolíticos. Me acosté esperando la muerte y a la mañana siguiente, mi madre impulsada por un sexto sentido se presentó a las siete a mi piso. Como tenía echada la llave por dentro, no pudo abrir la puerta y empezó a llamar al timbre. Yo, después de pasar ocho horas de haber ingerido más de ciento veinte comprimidos, me levanté de la cama y caí redondo al suelo, partiéndome la ceja izquierda. Me quedaría inconsciente un par de minutos cuando me levanté como pude y dando mi cuerpo contra todas las paredes del piso, llegué a la puerta del mismo y abrí. Allí estaban mis padres. Tenía toda la cara sangrando por el corte en la ceja, seguí chocando contras las paredes hasta llegar a la cama y tumbarme. Ahí perdí el conocimiento hasta que me vi en el hospital con el suero inyectado en mi brazo izquierdo, un tubo que me llegaba hasta la tráquea y unos tubitos conectados a mi nariz que me oxigenaban. Me hicieron beber tres litros de carbón, los mismos que vomité. Me picaba mucho la polla, y cuando levanté la sábana vi que tenía puesta una sonda. Me vio una enfermera y me dijo que por favor no me volviera a dormir, que hiciera todo el esfuerzo posible para no dormirme, pero mis párpados pesaban como el plomo y me venció nuevamente el sueño. Estuve dos días durmiendo. El médico que me asistió me dijo que era un milagro que con la cantidad de alcohol y medicamentos que me había tomado no estuviera ya muerto, que otros por mucho menos la habían palmado. Recuerdo que lo primero que pregunté era si me quedarían secuelas. Físicas no me quedaron. Me hicieron un TAC en el cerebro y neuronales, tampoco. Esa no fue la primera vez que hice aquello. Fue la segunda. Y me quedaban tres veces más. He tonteado cinco veces con la muerte. Ya estoy completamente seguro que no lo voy a hacer más porque la última vez lo pasé tan putas y deseé tanto haber muerto antes que el calvario que me hicieron pasar en el hospital que juré no volver a repetirlo. Cuando llegue mi hora llegó. Ya solo me quedan dos vidas en la recámara. Un infarto y con lo próximo la espicho. Ahora si tengo ganas de vivir. No va a haber ni mujer ni hombre que me quite las ganas. Por cierto, me repitieron el TAC neuronal después del último intento y estoy bien. Lo otro viene de serie.

2 comentarios:

  1. A veces estamos predestinados a tener más vidas que dos docenas de gatos, pero muy buena la determinación final, venga, adelante, que no se diga!!!

    Besotes grandes

    Xim

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  2. gracias por tus ánimos, que no decaiga la fiesta... besos lluviosos

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