sábado, 26 de junio de 2010

Fuera de juego



Hola, primero haré una presentación del narrador que os va a contar su historia durante unas páginas. Me llamo Antonio y voy a narraros todo lo que ha sido mi vida alrededor de las máquinas de azar o “tragaperras” como se bautizaron allá por los años 70.

La primera vez que eché una moneda a una máquina (denominación que voy a hacer uso desde ahora hasta el fin del relato) fue cuando tenía 8 años en un bar de mi calle, puerta con puerta con la entrada al bloque de pisos de L’Hospitalet del Llobregat. Yo creía que cada botón servía para parar la ruleta de combinaciones y que en eso consistía. Ni que decir de la riña de la dueña del bar al verme echar el duro en la máquina. Me quedé todo colorado hasta que se me olvidó el incidente.

Quiero hacer hincapié en una cosa: Nada de lo que aquí estoy contando lo saben mis padres, así que esto viene a ser como una expiación por todas las veces que he estado al frente de una máquina. Espero que no se lo tomen a mal.

La próxima vez que jugué ya estaba viviendo en Lucena y tenía 17 años. Fue en un pub que ya ni existe. Ahí tuve la mala suerte de que me tocaran 2500 pesetas. Que fácil lo vi. Dinero al instante. A partir de ahí fui echando los cambios a ver si tocaba algo y he de decir que me conformaba incluso con 250 pesetas. Para mí era premio fácil e instantáneo y encima me lo pasaba bien.

Siempre he sido una especie de solitario. Cuando mis amigos estaban en la discoteca yo me iba al bar que había frente a la guardia civil que ahora es una tienda de motos, a comer algo. Allí había una máquina de bolas consistente en meter una serie de ellas por los números que indicaban para hacer combinación y me toco una vez 5000 pesetas. Ni que decir que prefería estar los sábados echándole a esa máquina en vez de pasármelo bien en la discoteca a partir de que me tocó el premio.

Entonces vino la mili y yo ya llevaba el demonio en el cuerpo. Los tres primeros meses los pasé mal porque era mandarme mi padre dinero y gastarlo en tres días en las máquinas y quedarme sin nada. Mi padre siempre se ha preguntado por qué he gastado tanto dinero en la mili.

Ya sabes la respuesta. Después a partir del cuarto mes ya me asenté en un destino fijo y me hice muy amigo de cuatro chicos. Entonces empezaron las juergas y terminaron lo que fueron las máquinas durante un largo periodo. Ahí se me fue el dinero en fiestas. Durante el resto de mili no eché ni un chavo a las máquinas. Me licencié y tampoco, hasta que un buen día, a los 20 años me acerqué a una, le eché y me tocaron 5000 pesetas. Volví al redil. Me jugaba unas 3000 pesetas como máximo al principio, pero estuve cinco años jugando ininterrumpidamente una vez por semana. En ese periodo, lo que me tocaba, lo cambiaba y me iba tan feliz a mi casa. Luego llegaría lo peor. Pero eso aun no lo sabía.

A los veinticinco años me casé con una mujer que hacía tiempo dejé de querer. No hay que agregar que el matrimonio desde un principio hacía aguas. Por aquel entonces jugaba más veces a la semana y hasta 5000 pesetas de un tirón. Ya no era solo jugar, sino que también bebía. En la empresa para la que yo trabajaba, allá por el año 1999, decidió pagarnos por semanas. Por aquel entonces cobraba 30000 pesetas a la semana. Un fin de semana me los gasté enteros en una máquina y le expliqué a mi mujer que no tenían dinero para pagar. Se lo creyó porque fue la primera vez. A la quinta ya desconfiaba. A la décima se enteró.

He estado tan enfermo que con mi abuela en cuerpo presente en el tanatorio he estado jugando a la máquina y emborrachándome como un poseso. Y el día del entierro de mi abuelo llegué el último a la hora de sacarlo de su casa para llevarlo a la iglesia por estar jugando en las máquinas. Lo que no entiendo es la baja autoestima o el bajo control de impulsos que debía tener porque las dos veces lloraba como una magdalena pero me veía incapaz para dejar de echar dinero.

Durante mi matrimonio se apoderó el impulso de jugar y de beber cada vez más y se produjo una separación de mutuo acuerdo. Estaba nuestra hija aun muy pequeña y no queríamos que sufriera con nuestras cada vez más frecuentes peleas. Capítulo aparte habría que añadir a mi exsuegra, que se encargó desde siempre de bajarme la moral calificándome de todas las cosas menos bonito. Cada vez que tenía un encontronazo con ella, al rato me iba a jugar. Durante el matrimonio no dejé deuda alguna. Sólo cree malestar a mi ex y durante la separación alegría a mi exsuegra. Que si, que no he visto a mujer más contenta como ella en aquellos días.

La separación fue un cambio muy drástico en mi vida, sobre todo el hecho de volver a casa de mis padres y el no poder ver a mi hija crecer todos los días. Me quería morir. Me fui una temporada a Albacete a ver si el cambio de aires me venia bien pero allí seguía con la adicción y me volví a las dos semanas. Corría el año 2002 y tuve un accidente de coche, donde gracias a mi constitución no me hice nada, pero mi coche quedó para el arrastre. Me mandaron a salud mental en Córdoba unas semanas y volví nuevo, que parecía otro. Duró el bienestar un año.

A finales del 2003 me integré en un grupo de separados que salían a cenar los sábados aquí en Lucena. Todos tenían sobre los cincuenta para arriba menos tres, dos chicas y un chico que junto a mi hicimos un grupillo aparte. Se nos agregó una muchacha de Rute que tenía muchos problemas y yo que a los problemas no le hago ascos, me enamoré de ella. Fue una cosa muy rara. Ella quería la separación, su marido no se la daba, y para colmo salíamos juntos. La relación fue muy tortuosa y terminó fatal. A partir de la experiencia volví a las máquinas y a beber (no sabría distinguir que hago antes, si jugar o beber)

Un día con mucha ansiedad llegué a Puente Genil a ver una película para ver si me calmaba (era 2004 y todavía no teníamos cine en Lucena). En vez de entrar al cine, entre al “Alimón” un bar que hay cerca y empecé a jugar y a beber. Al rato me querían echar del local por escándalo (?) y llegaron miembros de la seguridad del centro comercial y al rato veo que me esposan los municipales y me tiran a la furgoneta, como si fuera un saco de esparto. Yo los reprendía con la palabra y uno de ellos paraba, se bajaba de la furgoneta y se liaba a ostias conmigo dejándome la cara hecha un puzzle. Cuando llegué al cuartel de la guardia civil de Puente Genil solo deseaba que me quitaran del medio al “bicho” como llegué a denominarlo.

Detrás del “incidente”, llegó el hospital, ya que tuvieron que hospitalizarme por un pequeño derrame que me crearon en la cabeza de tantos golpes. A la salida del hospital vino mi periodo en proyecto hombre. Allí estuve desde febrero del 2004 hasta agosto del mismo año. Ni que decir tiene que en todo ese tiempo estuve limpio. Me salí del proyecto por agotamiento mental.

En octubre del mismo año conocí a una chica que fue clave para mi recaída. Ella bebía y, por asociación de costumbres, volví a la bebida y al juego. Con ella bebí mucho pero jugué menos. Un día se dio cuenta de que le faltaba 100€ del bolso y al no estar yo supo al instante que había ido a jugar. Puso en alerta a mis padres y mi padre me encontró en un bar que le dijo ella, pegándome un collejón y diciéndome: “¡No te da vergüenza!”, largándose tras decir esas palabras. Yo me enfurecí como nunca me he visto y fui a casa de mis padres a buscar pelea. Me encontré las puertas cerradas y les di cuantas patadas pude para intentar abrirlas, pero no lo conseguí. Me fui a mi piso y me encontré a mi madre en él. Me puse a vociferar como si el diablo se hubiera apoderado de mí y la eché del piso. Allí estaba mi hija que la impresión hizo que se meara encima. Esa noche lloré como un descosido, y he de admitir que aun no me he perdonado el hecho de que mi hija me viera en aquella situación y se lo llegara a hacer encima.

Por esas fechas tenía la cuenta mancomunada con mi padre pero llegué a falsificar su firma tan bien que sacaba dinero cuando más ganas tenia de jugar. La relación con la chica terminó, y yo, solo otra vez, jugué como si me fuera la vida en ello. Ya no tenía la sensación placentera de ganar, ya jugaba por jugar. Me tocaba en una máquina y cambiaba a otra (porque ya existían en Lucena las salas de juego). Yo solo quería jugar. Estar las horas frente a la máquina, aunque aun manejaba poca cantidad de dinero para que el tiempo que empleara a su lado fuera muy grande. Como todo esto me desbordaba y encima lo de la ruptura de la chica y que seguía bebiendo alcohol, decidí suicidarme con una ingesta masiva de medicamentos antidepresivos y ansiolíticos. Sobreviví gracias a mi madre que está muy pendiente de mí. A partir de ahí decidí pasar página y me recuperé sin alcohol ni máquinas.

Recuperé salud, me encontraba muy bien y chateando conocí a la que fue mi segunda esposa. Ni que decir que estos días fueron muy buenos para mí, estaba enamorado de nuevo y tenía mucha ilusión por salir adelante. Me desplacé a Madrid para vivir con mi nueva novia y busqué trabajo allí. Me salió uno de operador en una fábrica de productos farmacéuticos genéricos. Me encontraba a gusto con mi trabajo. Trabajaba en turno de tardes. Mi novia, por aquel entonces, trabajaba por la mañana de teleoperadora y estudiaba las tardes del lunes al miércoles en la facultad. Apenas nos veíamos y para más inri vivíamos en una habitación en un piso compartido. En esas condiciones nos casamos en Noviembre del 2007 en el ayuntamiento de su ciudad, Durango (Vizcaya). Y nos volvimos a Madrid como marido y mujer. Al poco tiempo se quedó embarazada y cambió de forma de ser. Yo, tras su cambio, me refugié de nuevo en las máquinas y empecé a gastar lo que la familia nos dio en la boda. Ella se daba cuenta de que el dinero desaparecía muy rápido, y como ya le informé de cómo había sido en el pasado, sospechó enseguida de que estaba jugando. Ahí debo creer que empezó a debilitarse nuestro matrimonio, porque ella no me ayudaba en absoluto y no se lo contaba a mis padres, sólo les contaba que algo no iba bien. Al menos beber no bebía.

Un buen día tuve una discusión muy fuerte en la empresa, y me quedo con mi versión, en fin, que discutimos encargado y mi persona. Luego se retractó el encargado, pero yo tenía tanta ira en mi interior que a la salida empecé de nuevo a beber como un cosaco. Al día siguiente no fui a trabajar sino que me quedé jugando a las máquinas y bebiendo. Cuando llegué al piso compartido me la encontré de morros porque habían llamado la empresa (me había dejado el móvil en el piso) y así se enteró de que no había ido a trabajar aquella tarde, y para colmo la pestuza a alcohol que llevaba y el olor de monedas en mi mano, vamos, que se dio cuenta de todo. Me irrité como un niño, y como tal me metí en la habitación a tragarme cuantas pastillas pude. En aquellos momentos me llevaban los demonios. Resultado: ella se lo dijo a una compañera nuestra que era A.T.S. y llamó a la policía municipal que es el protocolo en Madrid. Con tanto alcohol que llevaba perdí el sentido y no me acuerdo de nada más hasta el día siguiente.

Del hospital Ramón y Cajal me llevaron a uno de salud mental, el Dr. Laforet y allí estuve unos cuatro días porque no aguanté más y pedí el alta voluntaria. El primer día que estuve en el hospital de salud mental llegó mi mujer y me dijo que con los días que le daban por estar enfermo, se iba a casa de sus padres. Aquello me sentó como un vuelco en el estomago, y esta vez, en vez de querer curarme, solo quería volver a estar operativo para las máquinas.

Llegué a Lucena con la baja en el bolsillo y las esperanzas de mis padres en que volvería a salir adelante. En vez de eso, me llamó al tiempo una financiera con la que ya tenía subscrito un préstamo y me preguntó si quería aumentarlo en cuantía, a lo que vi el cielo abierto y les dije que si. Me dieron 3000€ de los cuales pagué 1200€ que aun les debía y me quedaron limpios 1800€ que fundí en las máquinas al instante. A los 3 meses el cajero automático me proporcionó un préstamo por 6000€ a los que dije si sin dilación. Excepto algunas cosillas que he comprado, todos se me han ido en las máquinas y beber. Al mismo tiempo me dieron una tarjeta con 1200€ de saldo que luego tenía que reponer al mes siguiente. Todo lo gasté. Me sentía culpable de tanto derroche y no sabía cómo decírselo a mis padres.

Mi madre, que me conoce mucho, sabía que me pasaba algo pues estaba muy tristón y decaído. Me harté de valor y le dije todo lo que había pasado en los últimos meses, y me propuso que fuera a Alsubjer a pedir ayuda. Así lo hice y me veo ahora mismo escribiendo un resumen de lo que ha sido mi paso por las máquinas tragaperras instado por la psicóloga del centro.

Esto que estoy escribiendo ahora es actual. Esta especie de confesión hace más de un año que la escribí y la publiqué en otro blog que tengo pero que actualizo mucho menos. Como ahora este me lo publican también en Paperblog y puede servir para personas que tengan un bajo control de impulsos y se vean reflejados en él con todo lo narrado, lo publico corregido y ampliado. He decidido ampliarlo pues mi segunda exmujer leyó esta entrada y me dijo que soy un peliculero, que los que me han sufrido saben realmente de que calaña soy. Bueno, he de decir que según ella he sido uno de los mayores hijos de putas que existen sobre la tierra, está claro. Ella había sido monja unos siete u ocho años y cuando éramos novios me confesó estar en contra de todo lo relacionado con la Cristiandad. Que creía en Dios, pero no en la iglesia ni en su jerarquía. Un domingo que se supone que era de los pocos días que teníamos para hablar, prefirió coger una guitarra que tenía en su funda llena de polvo y olvidada tras la puerta de la habitación y empezó a cantar canciones religiosas. Confieso que aquello me sacó de mis casillas y cogí su portátil, lo tiré contra el sofá y me metí en la habitación a leer ya que no me hacía ni puto caso. Para ella aquello fueron malos tratos y así lo ha hecho saber a todo el mundo. Estuvo traumatizada con el asunto y me enseñaba mensajes que le mandaban sus amigas diciéndole que si le ponía una mano encima me mataban (y eso que eran exmonjas también). A mí me la sudaba y estaba tranquilo ya que soy pacifista e intento no ser violento. Cuando me sacan de mis casillas lo que hago es pegar o un puñetazo o una patada a la pared y el daño me lo llevo yo. Aun no sé porqué tiré su portátil. Me salió así. Todo lo que cuento en este blog que reseño como “Mi Vida” es real. La inventiva lo reseño como “Relatos”. Y no soy nada peliculero y si fiel a todo lo acontecido. Lo único jodido de mi vida, aparte de todas mis adicciones, es que nunca he sabido escoger a una mujer. Ese es mi sino. Si creyera en las reencarnaciones pensaría que en mi anterior vida tuve que ser el mayor hijo de la gran puta con las mujeres. Pero dejo esos menesteres para los crédulos.

2 comentarios:

  1. Una historia muy triste, déjame pues que te cuente algo por mi parte, un hombre con seis hijos que se gastaba el sueldo en el juego, el alcohol y de putas, ese fue el que me tocó a mí, además de palizas a mi madre y las que me llevé yo por ponerme delante, ese era mi padre, así que me dije a mí mismo: no voy a tocar nunca el alcohol, ni a jugar, ni las mujeres, bueno, las putas, y aquí me tienes, vivito y coleando!!! Yo que tú seguiría con esto de la música y de escribir, al menos estarás en paz contigo mismo, y piensa igualmente que tienes dos hijos y que si "ellas" no te quieren o no te aceptan, tienes a tus hijos, piensa en el mañana e intenta ser lo más positivo posible, venga, que sé que puedes... Un abrazote de un xim muy emocionado...

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  2. Muchas gracias Xim. Ya lo veo todo desde la distancia y nunca he puesto la mano encima de nadie, Durruti me proteja. La verdad es quer no sé que hubiera pasado si mi padre hubiera estado el día que me lié a patadas con la puerta de su casa, pero como he dicho al principio, todo está y lejos. Ya ni bebo ni juego y desde luego voy a seguir con esto que he empezado a ver donde me lleva. El daño que me he hecho (las neuronas perdidas que me impide tener una memoria como la tuya por poner un ejemplo) es irremediable, pero todo lo demás es viable.

    Besotes, gran amigo

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