Un blog con fin terapéutico donde la poesía y la narrativa se dan la mano con cosas de interés y música electrónica.
sábado, 22 de mayo de 2010
El abrazo de Solfeo
Hoy tengo unas inusitadas ganas de contar cosas. Será porque es sábado. Ya voy por mi segundo bitter del día y estoy cenando un poco de jamón serrano con un trozo de queso que había en la cocina. Me he enganchado con los 30 seconds to Mars. Como tengo su discografía (sólo tienen tres álbumes publicados hasta la fecha), los estoy escuchando con ganas. Ellos también son culpables en parte de mis ganas de escribir. Es que esta música te da un subidón de adrenalina que para si lo quisieran todos los gramos de cocaína del mundo (como este ahora mismo un cocainómano o consumidor habitual de tal sustancia leyendo esto se estará poniendo las manos en la cabeza). Yo sólo he sido consumidor de alcohol, y os garantizo que he tenido suficiente. Mis únicas aproximaciones a las drogas han sido un par de magdalenas de maría (que he de decir que la experiencia me fue muy satisfactoria, pero hace muchos años ya de aquello) y un trozo de hongo alucinógeno que no me hizo nada. Los porros no los he consumido porque odio fumar, la cocaína me da miedo las arritmias que me dan por si solas, como para provocarme una por mi mismo, la heroína como que no y las demás drogas no han estado al alcance de mi persona. Eso si, al alcohol le he pegado como alma que me llevaba el diablo. Los que no os habéis casado por la iglesia y no lo vais a hacer no sabéis ni sabréis que hay un día, semanas antes de casarte, que has de pasar por la iglesia con un par de testigos que no pueden ser ni familiares tuyos, ni ir contra su voluntad ni ser los padrinos de la boda, para hacer una cosa que se llama “el dicho”, que consiste en aclarar frente al cura que vas voluntariamente a la boda. Bien, pues como yo no me quería casar la primera vez, el sábado del dicho, cuando terminé de trabajar a las 2 me fui con los compañeros al bar a empezar con las cervezas, y seguí con las copas y luego los cubatas. En fin, que llegó la hora de estar en la iglesia y el cabronazo del que aquí está aporreando las teclas aun estaba en el bar y con la ropa de trabajo. Me buscaron por todos los bares de Lucena hasta que dieron conmigo y me metieron en la bañera para quitarme la pea y me vistieron. Ni os quiero contar cómo estaba el cura. Me dijo que en todos los años que llevaba ordenado nadie le había hecho esperar, y mucho menos había llegado en el estado en el que yo estaba. Lo mande a tomar por culo y me salí de allí. Entre todos me cogieron, me sentaron y aguanté el tipo como pude. A la pregunta de si iba a la fuerza, contesté que si. Para que quise más. Todos allí pidiendo perdón al cura, que si era por mi estado de embriaguez, que si no era consciente de lo que decía, que si patatín, que si patatán, que al final el cura dijo que a nosotros nos casaba como él se llamaba Francisco y pasamos aquel trámite. Mi novia de entonces estaba súper cabreada, llorando, yo fui el mayor hijo de la gran puta que hay sobre la tierra, quitando que mi madre, ya sabéis. Si no me llego a casar, el que aquí suscribe no se hubiera intentado suicidar, ni habría bebido tanto, ni habría hecho tantas locuras, pero no hubiera nacido mi hija, así que, capítulo aparte, contaré todo lo pasado como una anécdota pero no puedo decir que me arrepienta de nada o si hubiera vivido mejor o peor de tal o cual manera. Hay que ser consecuentes con el presente. Y hay que tener la mirada al frente, un poco alzada, mirando hacia el futuro que queremos construir. En esas estoy. De nada me sirve, como ya he repetido hasta la saciedad, regodearme en la mierda. Bueno, tengo el culo cuadrado del sillón este, que al principio es cómodo, pero cuando llevas tantas horas ya se queja. Una noche más. Seguimos al frente. Ya son las 22:45. Pronto el sueño hará acto de presencia y me sorprenderá con otra onírica historia. Espero que esta vez pueda abrazar a la chica.
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