jueves, 5 de agosto de 2010

Una borrachera más



Llevo tiempo sin hablar de mi vida y hoy voy a hacerlo. Los biorritmos se están portando bien conmigo y el verano lo llevo fatal, como siempre, aunque hay algo que me guardo para mí que me está cambiando la vida. Por lo demás, todo bien, mi hija, como siempre, va a su bola y no demuestra mucho interés por la lectura. Aun tiene un libro por leer que empezó mucho antes del verano y le falta por terminarlo un cuarto del mismo. Mis padres siguen habitando mi morada y yo pienso contaros los estragos que el alcohol puede causar en una persona insensata.

Todo empezó hará ya seis años. Por aquel entonces trabajaba y manejaba bastante más dinero que ahora. Era en navidades, un 23 de diciembre si mal no recuerdo. Como al día siguiente no iba a trabajar porque en el gremio de la madera el 24 de diciembre es festivo, decidí irme a un bar a cenar. Fui andando a uno que hay por la zona de Jardín Lucena. Precisamente el bar recibe el mismo nombre. Recuerdo que pedí para cenar una ración de patatas bravas con una jarra de cerveza. A esa jarra le siguió otra y luego otra. Cuando terminé de cenar, empecé con los Barceló con coca cola. Me bebería unos quince o así. Recuerdo que no me alcanzó a pagar la cuenta y le dejé a pagar tres cubatas. Aun se los debo. Bajé toda la avenida que baja de la avenida de la guardia civil hasta la esquina de mi calle, que no sé cómo se llama, pero que es donde empieza todo el plan parcial oeste ese de Lucena. Conforme iba bajando la avenida reparé que en una de las casas sonaba música de fiesta. A mí, con todo el ciego, no se me ocurre otra cosa que subir por la puerta de la cochera para ver qué tipo de fiesta era la que había. Con mucha dificultad logré subir y sentarme en lo alto de la puerta. Vi a un montón de chavalines con sus respectivas chavalinas en una especie de guateque retro preguntándose quién coño era aquel mamotrenco que asomaba por allí. En aquel momento levanté las manos gritando un -¡Hola! Y tal como las levanté se fue el cuerpo hacia el lado cayendo de cabeza al suelo de la avenida.

Cuando recobré el conocimiento estaba rodeado por dos policías pidiendo una ambulancia. De los chavalines no había ni rastro. Se acojonarían vivos, digo yo. Esta secuencia de la policía ya me sonaba, y tal como pensé eso, me desmayé de nuevo. Luego recobré la memoria de nuevo mientras me estaban cosiendo la cabeza, que digo yo que podía haber escogido otro momento, porque aquello dolía un huevo, pero me enteré de poco, porque volví a caer de nuevas.

Desperté al día siguiente con un dolor de cabeza monumental. Tenía tres goteros diferentes inyectados en vena. Cuando me dieron el alta me mandaron a Salud Mental en Córdoba. Se ve que no es muy normal que las personas se emborrachen y se suban en las puertas de los garajes a gritar hola mientras se caen de lado y se abren la cabeza. Pasé la noche vieja allí. Hasta me comí las doce uvas con los demás loc@s y enfermer@s. En la cabeza me salió otra cabeza que poco a poco fue mermando hasta quedarse un gorrito como los que llevan los judíos, ya sabéis a cual me refiero. En Salud Mental me pasó mil y unas historias, pero ya las iré contando.

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