martes, 3 de agosto de 2010

De la serie: Poesía que me cautiva



Sin título

Y los dioses comían y nadie allí los retenía y
brillaban por su ausencia…
Yo escribía para el universo,
tal y como sentía que debía (de) hacerse…
¿A quién persigues o de quién huyes?
Se va comiendo, sin pedir permiso,
trozos de hora.
Me quedé allí pasmado,
viendo mi cerebro crecer en mi contra,
observando como podría ser jodido porque
no me daba cuenta de nada,
¿quién coño te crees que eres?
Abre tu carpa y dedícame un guiño,
soluciónate en palabras o cierra para siempre tu albedrío…
Apunta tan alto como puedas y luego observa como caes…
Vuestro problema nunca será el mío,
el mío flota y se hunde, firme entre la podredumbre;
tenemos el don de las termitas:
Corazones empinados con el hambre que viste la madera,
soluciones desdentadas que no precisen ortodoncias ni metal, ni limo,
con las paletas dobladas, con los caninos partidos,
con la limpieza del sarro dibujándote caminos…
Incisivos que duelen, molares que trituran y relajan movimientos,
no es ser tú, ni yo, ni nadie,
no es masticar despacio, comer deprisa y hacer una buena digestión,
es impregnarnos el uno del otro, y querer y soportar,
y tirar pa´lante y saborear el mordisco, y tragarnos desde cero al infinito,
y taparnos la cabeza con la manta que nos quiera cubrir,
decidir si primavera o consecuencia que hace daño,
sin crimen ni castigo, sin antes ni después, es saber que somos nuestros y
no volverla a joder.

Miguel Angel Lizaranzu Lucena

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