miércoles, 4 de agosto de 2010

Devenir



En la calle repanocha vivía la única referencia que podía dar ilusión al pobre estudillo que suplicaba un martirio por sus venas. Los comensales que asemejaban estudios de licenciaturas en lencería sabían que componiendo los versos octosílabos de tres sílabas podían dar por cumplidas las exigencias del patrón ladrón. Todos hicieron un esfuerzo por ver probadas las similitudes entre fuerza y esfuerzo, pero sus versos dieron al traste con trasteros de finitas infinitesimales. Cuando la gracia escogía un componente de entre todos los petimetres, los zagales corrían en busca de nuevas trazadas sabiendo que sus singladuras iban a ser rencores de comidillas entre parturientas de anchas caderas. Quiso el cielo no alumbrar la llama extinta sino encender el flamígero llanto del consternado funambulista que no supo cruzar la estrecha linde que separa el lento devenir de la paloma con el tronco de goma.

Apartaos todos del camino del lento sufrir que dista de las palabras escogidas entre este puñado de salina hiel que no es más que la composición de una prosa que no esconde ni principio ni virtud, ni final ni martirio, ni encabezado ni carencia, ni pie ni amalgama. Todos los devenires del poeta se conjugan en un solo temor, que en su virtud de bardo no comprenda ni un solo verso ni una sola letra, pues su canción no es por nadie descrita como válida ya que de su profunda alma no supo entrever los entresijos del candor de su propia redención, pues su vida no le pertenecía desde que nació, pues su carne era prestada desde su concepción.

Anteriores a los pretéritos tiempos que soslayan las lágrimas que de mis adormilados ojos caen, no seas costumbrista y caigas en el devenir de la furia que empapa tu ciega aurea, sino que define mi circunstancia como la de un sincopado muchacho que no supo prevenir que los tiempos de estaño estaban próximos a su fin y que una nueva era despertaba hambrienta de nuevas conjugaciones. Hazte a la idea que las marionetas del mercado andino fueron sembradas para deleite del costumbrismo anodino de ciénagas sin fondo, con las que embriagamos a gusto nuestro caparazón de membrana cana. Fueron muchos los que quisieron verme morir en la cruz, pero tuvieron que conformarse con verme morir en la horca.

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