El amor de su vida

Siempre fue por el lado amargo de la vida y se encontraba en un punto donde las delicias se contaban por centenas. Estaba enamorado y quería predicarlo a voces por todos los rincones, pero una desgastada timidez le impedía hacerlo. De entre todas las mujeres bellas del lugar él tenía la certeza de haber enamorado a la fruta más bonita. Solo había un único pero. Estaba casada.

Ella le correspondía con todo el amor que había aprendido a entregar. A su manera él comprendía que le faltaba mucho por averiguar, pero estaba dispuesto a dejarse impregnar por todo el cáliz que ella derramaba aunque fuera con cuenta gotas. Llegado el día aprendería a amar con todo su corazón pues él sabría transmitirle eso y las enseñanzas se van depositando como el librero coloca sus libros en una estantería, por orden y despacio.

Se veían muy poco y su comunicación era escasa, pero se conocían tan bien como el capitán de un bergantín reconoce la mar. Ella predicaba que su matrimonio estaba finiquitado, pero no daba muestras de su estocada. Él no veía la hora de poderla sentir bajo sus brazos, pero aunque su paciencia se conoce como infinita, muchas eran las veces que perdía el rumbo pensando si tenía sentido la espera, si tenía sentido sentir que aquello no acabaría nunca, si tenía sentido sentir sentimientos encontrados, sentir más sentimientos que los sentidos por no sentir a ella.

Él quería imaginar su futuro al lado de ella, pero muchas veces se desdibujaba ese sentimiento por desespero de una espera que se le hacía eterna. Los días iban pasando y él se sentía acompañado pero a la vez solo, amado pero a la vez desesperado. Esta complejidad no hacía más que contrariarle, pues aunque él era lo suficientemente inteligente como para subsistir a cualquier embiste que la vida le tiene jurado, el sentirse amado y no poder consumir ese amor no por la distancia sino por la impotencia, él lo consideraba uno de las peores ataques que la vida le había hecho. Ante eso se encontraba desnudo. Y por más que pensara en no pensar en ello, más pensaba.

Quería volver a ser niño y dejar de tener los problemas que la adultez le había regalado. Pero pensó que eso implicaba dejar a un lado a su amada y desechó la idea. Seguramente tendría que tener las cosas difíciles porque así lo tiene escrito. Por mí le escribiría las cosas de otra manera, pero créanme, no soy yo quien tengo la potestad de poder marcar mi camino.