Ciudades de ruego taciturno
con yugo de acero
escondido altar
de negros ateos
que subyugan el árbol
territorio de sombra del mochuelo
agonizante y sangriento
por una muerte
con doce cascabeles
mecidos por errantes figuras
de putas travesuras
en alocadas alcobas frenéticas
de un libro de hadas;
levante el vuelo la tortuga
que tortura el hambre
de cincuenta humillantes
clérigos que danzan
alrededor del fuego
taciturno
y vibrante
que calmará la sed
de venganza, la ira
y la codicia de un señor
inventado
que mira con desidia
a sus creaciones vivir
y morir sin más
tribulación
ni acción
que el bostezo
dado como trofeo
ante la mirada
diáfana del niño
que imagina todo esto
como recurso
a un cuento
que perdura
desde hace
mucho
tiempo.
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