Y fue en un páramo solitario donde las voces clamaron justicia, pese a lo abandonado del lugar, pese al vacío existencial, pese al mismo yugo de la ubicuidad, y quise poner fin a las voces, y quise silenciar aquello que plasmaba violencia, y quise acallar los gritos del desarraigo. Por eso asesiné a todos cuantos se cruzaron en mi paso. Por eso acabé con la vida de aquellos que jamás pensaron ser aquel su último día, por eso fui juez y verdugo de las pobre almas que pedían a gritos soliviantar su auxilio. Por eso destiné la última de las balas a mi cráneo. Por eso no sé quien os está contando este presagio aun por suceder.
Antonio Jiménez
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