Fuera hacía un día de perros y yo me encontraba en la chabola esperando el triste regreso de quien ya no portaba el dulce seno de la ricura en babas. Sentía el frio acuchillar mis huesos y aporté una lágrima al suceso como interpretando este mismo dolor el sufrido por tus carnes. Entonces se abrió la puerta de formica y apareciste tú, con la mano en la barriga y los ojos hundidos por tanto derrame en llantos. Quise darte un beso en la mejilla y la apartaste bruscamente, echándome una mirado de arriba abajo, como culpándome de una decisión tomada en conjunto que se había decidido en soliloquio de cuerpo ajado por el hambre y el frio. Fuera seguía lloviendo y tú retiraste los viejos periódicos que rebusqué esta mañana por la plaza para procurarnos alivio trémulo de la gastada silla soltándolos de golpe en el suelo, haciendo que un mísero acorde de trueno instantáneo se propagara por la estancia. Te sentaste en la silla y rompiste en lágrimas. Mi único consuelo fue depositar mi mano en tu hombro, y la sensación que me sacudió fue la de sentirla en la lápida que cubría nuestro tierno retoño.
Antonio Jiménez
Así me he sentido yo también al leerlo: desencajado.
ResponderEliminarSaludos.
Ay, que malos recuerdos me trae este micro tuyo :( Mis abortos y yo, que asco. Los míos no fueron una elección mía sino de la naturaleza pero los odio igual...
ResponderEliminarNo era mi intención, queridos amigos. Es, simplemente, una historia más.
ResponderEliminarSaludos y besos.