La hoja segmentada y afilada brillaba
en lo alto del pedestal majestuoso
abierto en mitad de la plaza que bajaba
por la calle del desamparo, por sendero tortuoso
al abrigo del villano que vendía su pillaje
por monedas de plata y alto corbatín en traje.
Todo el mundo arreciaba mi nombre y clamando
al cielo prórroga clemencia al vencimiento
de mi yugo pues no era culpable de lo cantado
por voz de juez en juicio inmisericorde al cruento
hombre que soslaya su lágrima por perdón
de Dios ya que el hombre no me da su salvación.
El jinete trajina su caballo a la orden del fuero
gritando “tejer la muerte del humilde siervo
que en justicia arrodillado pende su duelo
pues en esta partida su salida es de verbo
grabado en sentencia rubricada por señores
y vasallos ávidos de justicia por deudores”
Y el verdugo subió la escalinata con piso
firme y pesada forma de oronda figura,
con capucha en torna por verse al friso
ojo que lo juzgue por indeterminada premura,
con mano diestra desató el cordel que sujeta
la noble hoja que cae y deshoja mi silueta.
Antonio Jiménez
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