martes, 18 de enero de 2011

Himno a la belleza intelectual (Percy Bysshe Shelley)



La terrible sombra de algún poder oculto
flota velada entre nosotros, pasa por
este mundo con alas inconstantes,
como el viento del estío arrastrándose de flor en flor
como la luna demorándose en las montañas,
que visita con su mirada impaciente
cada rostro y corazón humano;
como los tonos y las melodías del ocaso,
como las amplias nubes bajo las estrellas,
como el recuerdo de una música perdida;
como la nada que por su gracia nos es querida,
y sin embargo, más querida aún por su misterio.

Espíritu de Belleza, que consagras con tu sutileza,
brillando sobre el pensamiento y la forma humana
¿Hacia dónde te has ido?
¿Por qué pasas de largo y nos dejas atrás
en este vasto valle de lágrimas, solos y desolados?
Pregunta por qué el sol no teje para siempre
al arcoiris sobre el río joven de la montaña,
por qué la nada debe desvanecerse y caer en lo que una vez fue,
por qué el miedo y el sueño, la muerte y el nacimiento
derraman sobre el día de esta tierra su oscuridad,
por qué el hombre siente con pasión el odio y el amor,
la esperanza y la desazón.

Ninguna voz de algún mundo sublime, ni sabio
ni poeta jamás ha elevado sus respuestas.
Por lo tanto, los nombres del Demonio, Fantasmas y Cielos
permanecen en el recuerdo de su vano empeño,
frágiles hechizos -cuyo encanto pronunciado no lastima-
de todo lo que vemos y oímos,
duda, azar, cambio.
Tu luz por sí sola, como la niebla cayendo por la montaña,
o la música enviada por el viento nocturno
que tiembla en las cuerdas de un instrumento inmóvil,
o el brillo lunar sobre el estanque en la medianoche,
nos brinda gracia y verdad en este inquieto sueño de vida.

Amor, esperanza y autoestima, son como nubes
que se apartan y retornan en un momento incierto.
El hombre fue inmortal, y omnipotente,
hasta que tú, desconocida y horrible como eres,
encerraste tu gloriosa marcha dentro de su corazón.
Tú, mensajero de simpatías,
que resbalas y disminuyes en los ojos de los amantes,
tú, que del pensamiento humano eres alimento,
como la oscuridad a una llama moribunda,
no huyas como tu sombra vino,
no huyas, evitando la tumba que será,
como la vida y el horror, una oscura realidad.

Si bien de niño he tratado con fantasmas, corriendo
a través de muchas y ansiosas cámaras, cuevas, ruinas,
y estrellas de madera, persiguiendo con pasos temerosos
la esperanza de un diálogo con los queridos muertos.
Invoqué los nombres venenosos de los que nuestra juventud se alimenta;
no fui escuchado -Yo no los ví-
cuando sonaba profundo en el espacio vital,
en aquel dulce momento
donde el viento confiesa todos los secretos;
de repente, tu sombra cayó sobre mí,
me encogí, y froté mis manos en éxtasis.

Prometí que dedicaría mis facultades
a tí y sólo a tí ¿No he honrado mi voto?
Con el corazón palpitante y los ojos luctuosos, aún ahora
convoco a los fantasmas de un millar de horas,
cada uno desde su tumba silenciosa: En soñadas alcobas
de celosos estudios o placenteras ternuras,
han contemplado conmigo la envidiosa noche.
Saben que ninguna alegría iluminó mi frente,
desencadenada con la esperanza de que habrás de liberar
este mundo de su oscura esclavitud,
que tú, horrible encantadora,
nos darás todo lo que estas palabras no pueden expresar.

El día se hace más solemne y sereno
cuando pasa el mediodía hay una armonía
en el otoño que resplandece en el cielo,
y que durante el verano no es vista ni oída,
como si no pudiese ser, como si no fuese.
Así pues, deja que tu poder, que desciende
igual a la naturaleza de mi pasiva juventud,
inunde mi propia vida con su calma;
a este que te adora en cada forma que te contiene,
y a quien, Espíritu Justo, tus conjuros obligan
a temerse a sí mismo, y a amar a toda la humanidad.
Percy Bysshe Shelley

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