Pelopaja era el más imbécil del mundo. Siempre estaba comiéndose sus propios mocos sentado en su miserable culo, con la mirada perdida, como si esperara encontrar en otros horizontes más razones que en estos rincones. Su perdición era meter los dedos entre los pañales de las niñas para tomar restos de las plastas de mierdas resecas para olerlas y luego degustarlas.
Pero un día se cruzo en la vida de Jaime el babas y por un mírame esa papilla se complicó perdidamente la vida. Desde entonces el babas me ha contratado para liquidarle. En ello estoy, comprobando su solubilidad.
Antonio Jiménez
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