Sintiendo el estrangulado aliento de la
  
muerte a mi lado, creo es hora de tomar
  
cuentas de un tiempo ya lejano pero cercano
  
en la memoria, pues es cierto que en los seniles
  
recovecos mentales lo antiguo es más próximo 
  
que lo reciente; por eso recuerdo como si fuera
  
ayer el triste día que ahora os voy a rememorar.
  
  
Era una fría mañana de enero, un 5 marcado 
  
en el calendario, víspera de reyes más concretamente,
  
cuando la lisonja de unos acontecimientos
  
que me harán arder en el infierno hicieron
  
de mí, entonces solícito caballero, un fiero
  
asesino sin cuentas ni auxilio por ahogar mi delirio.
  
  
Conocí ese día a una fulana muy presta al servicio 
  
solícito de compañía para taciturnos sin rumbo
  
fijo, y era entonces un juego de niños, una apuesta 
  
sin rémora, una tontería de babelia incurrir
  
en sus asuntos por ganar una apuesta para 
  
convencer a los amigos de, además de compañía,
  
buena tanda de polvos le metía a la ramera.
  
  
Y en esas me encontraba, presto a la zalamería 
  
para capturarla con mi puñal carnívoro cuando
  
me rechazó por completo y preso de los nervios
  
buen bofetón le di, pareciéndome poco, asiéndola
  
del cuello y soltándoselo a su postrero bufido. Salí
  
corriendo y no me dieron preso, pero Satanás me mira
  
desde el infierno hoy que mi dicha es morir en lamento.
Antonio Jiménez