martes, 15 de febrero de 2011

Imponderable


La vida…. ¿en qué se ha convertido la vida para mí o en qué me he convertido yo para la vida? ¿Qué espera la señora que dicta nuestros segundos que haga al respecto del hecho si no me apetece hacer lo más mínimo porque no veo señales que me indique por donde o qué hacer? La vida, nuestra guía y más innecesaria matrona en cuestiones como acogerte en su seno. La vida, tan necesaria para algunos y tan inútil para otros. Y ahora ha llegado el momento de cogerte por las ubres y decirte hasta aquí he llegado, hasta aquí me has mangoneado, hasta aquí me has pervertido, hasta aquí me has combatido con tu soledad, hasta aquí me has envenenado con tu innecesarios accesorios, hasta aquí han llegado mis huevos para ponerte patas arriba y darte caldo de cáñamo por todo el ojete hasta convertirte en adulta.

Mi vida terminó cuando las de lo demás empiezan. Mi vida terminó con un romance tan absurdo como los papeles higiénicos de color marrón. Mi vida terminó el momento aquel en el que por quince monedas de plata quise pervertir la inocencia de la dama gris y terminé pereciendo de rodillas, sangrando por el culo la hemorragia de las vírgenes. Mi vida terminó cuando quise aprender a componer el triste blues del conductor que atropelló la arrogancia sobre la tela asfaltada del muelle de las lamentaciones. Mi vida terminó cuando la guerra se convirtió en un escaparate de moda donde verse más guapos quienes lloran por un aparato. Mi vida terminó cuando las rosas que recorren el páramo de la sexta se cruzan en la avenida de la desidia, dando al traste con la esperanza de todo aquel que desea cubrir su febril mortaja con pétalos negros. Mi vida terminó aquel día tres de mayo que dije –Si, quiero.

Y la esperanza de todo se quiebra como pan duro ante la tapa de una mesa que contempla cómo se derivan los cuadros enganchados en la pared en prístinas acuarelas hechas por un niño de cinco años. Esa es la realidad de todo. Así de efímeros somos y así de efímera es la gracia que nos cobija. Pero por suerte, cuento con la mente que un día frieron en la silla eléctrica. Bienvenidos pues a las lamentaciones de un condenado preso de su propia fantasía.

Antonio Jiménez

No hay comentarios:

Publicar un comentario