Todo lo dejaría, vida mía, hasta mi alma
en la desolada esquina donde los vagabundos
ni expulsan su sangre, todo en carne viva,
ángel mío, incluso mi deje constante de pobre
sainete que ruge su sable; todo lo dejaría,
mi vida, habida cuenta que lo poco que me
pertenece es salud aciaga y prósperas paperas en
préstamos de reclamos; pero todo lo dejaría,
alma mía, si por querer de un hombre
quisieras hacer el favor de amar hasta su
ribera como yo amo tu entereza; pero hasta
el rendirme todo lo dejaría por sólo sentir
el fresco roce de tus labios sobre los míos,
mientras me ofreces un cálido suspiro de amor
que embriaga mi sino, obligándome a resurgir
como rayo de luz tras sentir tu bendito aliento.
Antonio Jiménez
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