viernes, 15 de abril de 2011

Pútrido



Era taciturna la llaga de mi boca
pero yo seguía chupando pollas
con el beneplácito de la real foca,
mujer ella del bendito botarate degolla
bebes sin madres a quien reclamar su partida.

Uno de mis clientes al correrse me cogió
la cabeza para que no la apartara y me tragué
su sucio semen de sabor agrio a lo que más odio,
a cebollas crudas, y sin pensármelo le arranqué
la polla de un mordisco escupiéndola sobre el linóleo.

Se fue con la chorra ensangrentada gritando y llorando
mientras yo cogí mi bourbon y me eché un trago
para enjuagar mi boca de aquella sustancia sin fondo
escupiéndolo tras hacer gárgaras con el brebaje del carajo,
mientras maldecía al puto yonqui y su jodida verga.

Al rato los escorpiones del mantra me llamaron
con voz firme e intuí que era hora de mi dosis,
con el subidón para viajar por las costas de Sauron
mientras mi cuerpo temblaba de goce por la simbiosis
que da en el cerebro un chute de esta droga tan puñetera.

Mi vena parecía cobrar vida tras hacerme el torniquete;
se movía de derecha a izquierda cual víbora por el ramaje
de una selva implantada en mi brazo izquierdo. Intente
domarla con la canción de las causas perdidas, pero su linaje
no entendía de músicas. Entré a matar como los toreros.

Y cual fue mi enjundia que la vena saltó a mis narices
y el pinchazo fue a parar a mi boca de rebote, inflándome
los labios como picadura de avispa y dejándome las varices
de la nariz aun más enrojecidas. Después estuve echándome
agua a la herida y de ella brotaron cinco millones de gusanos.

Y la verdad no es otra que ya muerto soñaba que estaba
vivo y mientras recreaba lo contado, mi cuerpo dejaba escapar
de su interior los malditos gusanos que con tanto gusto habitaban
en mis podridas carnes, ocurriendo lo raro en la muerte que por explicar
sólo puedo decir que tras mis ingestas de alcohol, mi cerebro sigue funcionando.

Antonio Jiménez

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