Agoto las horas tumbado en una cama que me es lejana,
que me sirve de sustento a un cuerpo cansado de no
sentir más cuestiones que las afines al dolor por sentirse
solo en un mundo donde la información permanece
con insidia por encima de todo. Intento calmar mis
nervios con placebos químicos, pero mi mente ahuyenta
la fórmula y solo quiere compañía que me corresponda,
pero ésta es harta difícil pues en mi situación nadie
quiere asumirme y con solícita prebenda rendir cuentas a
alguien que se ha convertido en huraño, silencioso,
amargado, solitario y, a veces lo pienso, longevo en cuerpo
juvenil. Si santa Teresa de Jesús moría por no morir
y así llegar al lado de su amado redentor, yo muero
por no vivir una vida plena que a todas luces merezco,
pero que por circunstancias que se me escapan a la
lógica, no siento. Me dice una gran amiga a la que quiero
mucho que no me mire tanto el ombligo y empiece a
vivir, pero os aseguro una cosa, no sé cómo se hace.
Si lo supiera, lo haría de corazón, palabra de honor.
Así pues, esta es la razón
por la que en mi vida la duda cae
por el precipicio de la locura,
mientras mi lucidez permanece
inquieta en espera de mi renacer.
Antonio Jiménez
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