lunes, 22 de octubre de 2012

La mujer de la nota




Estaba lloviendo a mares y me metí en el primer bar que encontré. Pedí al camarero un Barceló con coca cola zero y me senté en algunas de las mesas postradas ante el cristal que daba a la calle, a la espera de que dejara de llover. Vi el periódico local y lo cogí para echarle un vistazo. Estaba absorto en una de sus páginas de sucesos cuando vi entrar a una de las mujeres más bellas que en vida haya visto. Entró chorreando y deslizó su cabeza de izquierda a derecha para quitarse parte del agua que empapaba sus pelos. Era la imagen más sensual que recuerdo haber visto,.se aproximó a la barra y le pidió al camarero una toalla, a lo que él, solícito, entró a una estancia y salió con ella dándosela devuelta con un gracias. Se metió la mujer en el servicio y estaría un cuarto de hora aproximadamente. Salió con la cabeza y las ropas más secas. Llevaba un peinado casi alborotado aunque lo tuviera liso, lo que la hacía más hermosa si cabe. Devolvió la toalla al camarero y pidió un café con leche y, una vez servido éste, se sentó justo en la mesa que había delante de la mía, precisamente frente a mí, con lo que no podía lanzarle miradas furtivas. Ella se daba cuenta y sonreía mientras tomaba pequeños sorbos de su vaso. Cogió un papel de su bolso y apuntó algo con una pluma que llevaba también. Cuando me di cuenta de que había dejado de llover aun llevaba el cubalibre por la mitad. Me lo bebí de una sentada y lo pagué y me disponía a irme cuando la mujer me dio el papel donde había escrito antes. Para no ser indiscreto me lo guardé en el bolsillo y en la puerta lo saqué y miré y vi que ponía ¿quieres pasar una noche desenfrenada conmigo? No soy prostituta. Mi móvil es el 698326931. Contacta conmigo.

Debo admitir que aquella cita me llenó de curiosidad puesto que yo soy de las personas más corrientes que pululan por el mundo. Me dirigí a mi apartamento, me quité la gabardina y los zapatos y me tumbé en la cama a pensar. En mi cerebro no paraba de dar vueltas el contenido de aquel papel, mientras se dirimía un debate entre una parte que me animaba a aceptar su ofrecimiento y otra parte, que aconsejada por los cientos de novelas policíacas que había leído me animaba a rechazarlo. En un momento preciso cerré los ojos y me quedé dormido.

No sé cuánto rato dormiría porque no mire el reloj al quedarme dormido, pero si sé que me desperté a las once de la noche. Mientras recuperaba el sentido común y entendía que estaba haciendo, vi el papel con el teléfono anotado y llamé llevado por la inercia. Al rato de sonar me respondió una voz de mujer muy dulce que me dijo: - ¿Si, quien es? A lo que aun aturdido respondí  -Perdona, pero ¿quién eres? A lo que ella me contestó: -Ah, tu eres el hombre del bar. Pues ya sabes lo que te ofrezco. Si aun lo quieres pásate por la calle Rafael Escobedo número 42 primero izquierda. Y le contesté: -Espera, espera, cojo un lápiz y lo apunto. Y esa fue nuestra breve conversación telefónica.

Ya me encontraba en la calle y número más lúcido gracias a un café que me tomé recalentado. Piqué en el portero automático y sin decir nada, me abrió la puerta. Subí y ella me esperaba con una bata puesta muy sensual invitándome a pasar. Era un piso pequeño, de unos 40 metros cuadrados, con salón, cocina, lavabo y 2 habitaciones más justas que las elecciones americanas del 2005.

Ella tomó la iniciativa de besarme e ir despojándome de la ropa, hasta quedarme en calzoncillos, camiseta y calcetines. Me empujaba mientras nos besábamos hasta lo que parecía el dormitorio más grande, dejó la luz apagada pero por la persiana se colaba luz de la calle y la veía bien. Tuve los ojos bien abiertos mientras nos besamos porque no me fiaba. Me tiró a la cama y se quitó la bata dejando su cuerpo desnudo frente a mi cara. Yo enseguida me despojé de la ropa que me quedaba y ella se metió en la cama y seguimos con los besos mientras yo le acariciaba sus turgentes pechos de diosa etrusca. Dejé de acariciar un pecho mientras dirigía mi mano hacia su rocío más exquisito con el propósito de introducirle uno o varios dedos mientras se retorcía de placer. Cuando lo hice dejó de besarme y me dijo al oído que con la lengua, y me dispuse a ello. Primero fui directo al clítoris donde estuve un par de minutos concentrado en él cuando me cogió la cabeza y me la bajó un poco. Entendí que me pedía que le introdujera la lengua dentro de su vulva carnosa y así lo hice. No paraba de meter y sacar mi lengua de su rosada fuente de placer mientras ella gemía cada vez con más fuerza. Yo conseguí un empalme que nunca había recordado tan vigoroso cuando ella se movió y me invitó a depositar mi cabeza en la almohada. Hecho esto me cogió mi sacrosanta verga y empezó a metérsela en la boca mientras con sus carnales labios iba rozándome inundándome de un placer indescriptible.

Tras la felación se puso encima de mí e introdujo mi cipote en su coño y empezó a cabalgar cada vez más rápido. Yo me estaba cubriendo de placer mientras intentaba lamerle los pezones y con las manos tomarle el culo para hacer que fuera más rápido. Yo también acometía y el placer se hizo universal pues cada uno de los dos gemíamos con cada vez más intensidad.

Ella tuvo su primer orgasmo antes que yo y sentí salir chispas de su caverna del placer. Pero en vez de aminorar su ritmo siguió y siguió, se echó para atrás pareciendo una contorsionista y yo cerré mis ojos porque ya empezaba a eyacular. En mitad de la faena escuché un ruido atronador y una picadura en mi frente, luego se hizo el silencio y llegó la nada.

Antonio Jiménez  

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