Estaba lloviendo a mares y me metí en el primer bar que encontré.
Pedí al camarero un Barceló con coca cola zero y me senté en algunas de las
mesas postradas ante el cristal que daba a la calle, a la espera de que dejara
de llover. Vi el periódico local y lo cogí para echarle un vistazo. Estaba
absorto en una de sus páginas de sucesos cuando vi entrar a una de las mujeres
más bellas que en vida haya visto. Entró chorreando y deslizó su cabeza de
izquierda a derecha para quitarse parte del agua que empapaba sus pelos. Era la
imagen más sensual que recuerdo haber visto,.se aproximó a la barra y le pidió
al camarero una toalla, a lo que él, solícito, entró a una estancia y salió con
ella dándosela devuelta con un gracias. Se metió la mujer en el servicio y
estaría un cuarto de hora aproximadamente. Salió con la cabeza y las ropas más
secas. Llevaba un peinado casi alborotado aunque lo tuviera liso, lo que la
hacía más hermosa si cabe. Devolvió la toalla al camarero y pidió un café con
leche y, una vez servido éste, se sentó justo en la mesa que había delante de
la mía, precisamente frente a mí, con lo que no podía lanzarle miradas
furtivas. Ella se daba cuenta y sonreía mientras tomaba pequeños sorbos de su
vaso. Cogió un papel de su bolso y apuntó algo con una pluma que llevaba también.
Cuando me di cuenta de que había dejado de llover aun llevaba el cubalibre por
la mitad. Me lo bebí de una sentada y lo pagué y me disponía a irme cuando la
mujer me dio el papel donde había escrito antes. Para no ser indiscreto me lo
guardé en el bolsillo y en la puerta lo saqué y miré y vi que ponía ¿quieres
pasar una noche desenfrenada conmigo? No soy prostituta. Mi móvil es el
698326931. Contacta conmigo.
Debo admitir que aquella cita me llenó de curiosidad puesto
que yo soy de las personas más corrientes que pululan por el mundo. Me dirigí a
mi apartamento, me quité la gabardina y los zapatos y me tumbé en la cama a
pensar. En mi cerebro no paraba de dar vueltas el contenido de aquel papel,
mientras se dirimía un debate entre una parte que me animaba a aceptar su
ofrecimiento y otra parte, que aconsejada por los cientos de novelas policíacas
que había leído me animaba a rechazarlo. En un momento preciso cerré los ojos y
me quedé dormido.
No sé cuánto rato dormiría porque no mire el reloj al
quedarme dormido, pero si sé que me desperté a las once de la noche. Mientras
recuperaba el sentido común y entendía que estaba haciendo, vi el papel con el
teléfono anotado y llamé llevado por la inercia. Al rato de sonar me respondió
una voz de mujer muy dulce que me dijo: - ¿Si, quien es? A lo que aun aturdido
respondí -Perdona, pero ¿quién eres? A
lo que ella me contestó: -Ah, tu eres el hombre del bar. Pues ya sabes lo que te
ofrezco. Si aun lo quieres pásate por la calle Rafael Escobedo número 42
primero izquierda. Y le contesté: -Espera, espera, cojo un lápiz y lo apunto. Y
esa fue nuestra breve conversación telefónica.
Ya me encontraba en la calle y número más lúcido gracias a
un café que me tomé recalentado. Piqué en el portero automático y sin decir
nada, me abrió la puerta. Subí y ella me esperaba con una bata puesta muy
sensual invitándome a pasar. Era un piso pequeño, de unos 40 metros cuadrados,
con salón, cocina, lavabo y 2 habitaciones más justas que las elecciones
americanas del 2005.
Ella tomó la iniciativa de besarme e ir despojándome de la
ropa, hasta quedarme en calzoncillos, camiseta y calcetines. Me empujaba
mientras nos besábamos hasta lo que parecía el dormitorio más grande, dejó la
luz apagada pero por la persiana se colaba luz de la calle y la veía bien. Tuve
los ojos bien abiertos mientras nos besamos porque no me fiaba. Me tiró a la
cama y se quitó la bata dejando su cuerpo desnudo frente a mi cara. Yo enseguida
me despojé de la ropa que me quedaba y ella se metió en la cama y seguimos con
los besos mientras yo le acariciaba sus turgentes pechos de diosa etrusca. Dejé
de acariciar un pecho mientras dirigía mi mano hacia su rocío más exquisito con
el propósito de introducirle uno o varios dedos mientras se retorcía de placer.
Cuando lo hice dejó de besarme y me dijo al oído que con la lengua, y me
dispuse a ello. Primero fui directo al clítoris donde estuve un par de minutos
concentrado en él cuando me cogió la cabeza y me la bajó un poco. Entendí que
me pedía que le introdujera la lengua dentro de su vulva carnosa y así lo hice.
No paraba de meter y sacar mi lengua de su rosada fuente de placer mientras
ella gemía cada vez con más fuerza. Yo conseguí un empalme que nunca había
recordado tan vigoroso cuando ella se movió y me invitó a depositar mi cabeza
en la almohada. Hecho esto me cogió mi sacrosanta verga y empezó a metérsela en
la boca mientras con sus carnales labios iba rozándome inundándome de un placer
indescriptible.
Tras la felación se puso encima de mí e introdujo mi cipote
en su coño y empezó a cabalgar cada vez más rápido. Yo me estaba cubriendo de
placer mientras intentaba lamerle los pezones y con las manos tomarle el culo
para hacer que fuera más rápido. Yo también acometía y el placer se hizo
universal pues cada uno de los dos gemíamos con cada vez más intensidad.
Ella tuvo su primer orgasmo antes que yo y sentí salir
chispas de su caverna del placer. Pero en vez de aminorar su ritmo siguió y
siguió, se echó para atrás pareciendo una contorsionista y yo cerré mis ojos
porque ya empezaba a eyacular. En mitad de la faena escuché un ruido atronador
y una picadura en mi frente, luego se hizo el silencio y llegó la nada.
Antonio Jiménez
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