Intento recordar donde dejé mi memoria pero cada vez que me
precipito ante la insidia me encuentro con una respuesta vacía. Son los años
que me han permitido llegar a la senectud los que me están arrebatando la
savia, pero lucho con más fuerzas de las permitidas para ser recordado no como
un arbusto, sino como una flor, aquella que impregnó de fragancia el amor
profesado por los amantes mundiales, que son todos los que con su corazón
llegan a la razón de no dudar por un momento de la nobleza de sus sentimientos.
Vigilo cada lugar donde mi ser respira su obra de concepción
divina, cada soliloquio sollozado a la luna para, como indulgente de la pasión
de otros, ir creando las esquinas curvas que no ponen trabas a la consecución
del placer infinito. Soy obra de un sueño y deudor de un grito que despertó
todos los pueblos de su inanicción para ser parte de un todo que se queda en
nada. Soy vagabundo en salones privados y mercader en campos de refugiados, la
milicia milita en mis entrañas y la guerra perdura en mis canas. Soy profanador
de religiones y creador de guiones donde la vida se sirve al revés. Tan solo
mis intereses van en detrimento mío y mis valores enlosan mis suelos, soy
arcángel del demonio y demonio endiosado en busca de una verdad que es la madre
de todas las mentiras.
Y mientras, en la oscuridad, te amo con todas mis fuerzas
convirtiéndote en la luz que guía todos mis sentidos, y mis sentimientos a flor
de piel no hacen más que pensar en ti, en tus labios, en tu cuerpo, en tu
belleza, en tu natural fragancia de fémina ansiosa por ser querida en un mundo
violento donde los encuentros carnales son cesión para quitar tensión sin más
respuesta que un te llamaré que se lleva el viento, cuando mis suspiros por ti llegan
al millar dejándome sin respiración, hasta que el recuerdo de unos ojos que te
han observado y en vida los has visto tan preciosos hace que recuerdes que la
respiración es el motor de tu alma.
Sueño, sueño con pertenecerte por completo, por violar mi
senectud y romper contra las olas mi oscuro pasado, por seguir siendo la flor
que nutre con poemas el amor mundano, por respirar a tu lado, por acariciarte
suavemente, por embriagarme con tus palabras, con tu elocuencia, con tu
inteligencia, por ser el paciente contador de historias del pais de nunca
jamás, por hablar tu mismo idioma, por derrotar el hastío, por hacerte feliz
con la sencillez de la pobreza, por sentirte temblar cuando yo lo haga, porque
en definitiva es tal el amor que te profeso que por ti la melancolía sería una
dicha.
Antonio Jiménez
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