Qué pena más grande siento en el corazón,
es el pasado que no deja en paz mi razón,
calculada es la espera hacia mi infinito partir
pero hasta ese momento son muchas las cosas que pedir.
Pido por mi bella dama a la que di mil asestas
llevado por un odio irracional fruto de comer setas
en mal estado, sí, seguro, a eso fue debido mi delirio
de orate mal avenido que con apremio la despachó al río.
Pido por mí cien millones de latigazos con tal furia
que la carne trinchada fueran alimentos de fieras
y mi marchito ser fuera situado frente a la servidumbre
que tanto fustigué para que sin piedad no pasaran hambre.
Pero ahora no es tiempo de reconocer las penas y sí la
leyenda
ganada sin compasión por ser el matarife con más agenda
de toda la región, llegando inclusive al millar de almas
que por su vida corrían como conejos en cacería calma.
Y es que en verdad me llamo Don Muño del Moño
nacido en Aragón, concediéndome a su vez el gentilicio de maño
aun no siéndolo originalmente, sino Aragonés por describir
mi partida dice, pero yo siempre seré el que quise decidir.
Anochece ya y la luna ofrece su mejor cara iluminando
las tierras de mi pertenencia, con su luz clamando
un poco de atención por parte de los que aquí estamos
sin entender porqué de día sale el sol y de noche la luna
aparece.
Ya queda poco para mi partida, lo intuyo, se oye
vocear al núcleo de los partidarios de acabar con me
y volver a ser libres. Ah, ya siento el frío acero en
mi espalda, los condenados no dan la cara, muero de por sí.
Antonio Jiménez
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