lunes, 31 de enero de 2011

Si la cordura no lo impide



Quiero ser paloma libre,
no depender ni de mis pensamientos,
y volar donde me lleve el viento,
incluso
hasta las costas de Liberia,
ya que el propósito es el
de permanecer
más impuro
a los intereses
del huérfano rencor
que intenta frenar mis pies
para ser por siempre
estigma de mi vida,
destinado
a ser reclutado
para bajar por la avenida
del tedio
con mi banderín
por medio,
causándome lástima
y pensando interiormente:
quiero ser libre como paloma al viento;
mientras mi cordura
me lo permita
en la cola de la desgracia
eterna.
Antonio Jiménez

El memo en Momo


Ahora que la sed no me envicia y que
el juego quedó sepultado por entero en los
postreros límites donde no me alcanza la memoria,
abro los ojos y no veo la oscuridad reflejada en
mi rededor sino un estallido de color que inunda
mi visión dejándome constancia para pedir con
arrogancia no ser más veces en la vida invidente
de lo evidente y sí más consecuente con mi suerte.

Pero lo cierto es que me aburro con aplomo
demasiado pronto de todas las cosas que
en un principio llegan como un vendaval, primero
a mi mente y segundo a mi corazón, llevando a
mis pies a seguir un camino de esperanza que
ideo como el más fabuloso pero que se desinfla
como pulsímetro tras tomar el pulso vital.

Así como la esperanza se nos muestra como
la suerte más deseada, los envites que la
vida me ha ido dando me han demostrado ser
fuente de unos sentimientos que ahogan mi
lastimado ser, provisto de muchos dones para los lamentos.

Entonces es lícito declamar que por un lado veo el mar
y por otro la tempestad, no sabiendo situarme
en ese gris que tantos profesionales me piden
por ser lo acertado, pero mi recia mente sigue
apostando a sentir lo grisáceo como los villanos
del gran cuento llamado Momo. Soy así de memo.

Antonio Jiménez

domingo, 30 de enero de 2011

Corazones perdidos (M.R. James)


Fue en septiembre de 1811, según he comprobado, cuando se detuvo un coche de alquiler en la puerta de Aswarby Hall, en el corazón de Lincolnshire. Un niño, que era el único pasajero, bajó en cuanto se detuvo y miró con viva curiosidad durante el breve intervalo que transcurrió desde que sonó la campanilla hasta que se abrió la puerta Vio una casa alta, cuadrada, de los tiempos de la reina Ana; se le había añadido una portada con pilares de piedra del más puro estilo clásico de 1790; sus ventanas eran numerosas, altas, estrechas, con cristales pequeños y gruesa carpintería blanca. Un frontón perforado por una ventana redonda coronaba la fachada. Dos alas, a derecha e izquierda, comunicaban con el cuerpo central mediante curiosas galerías acristaladas sostenidas por columnatas. En estas alas se hallaban claramente las cuadras y los servicios de la casa. Cada una tenía una cúpula ornamental rematada por una veleta dorada.

La luz del ocaso daba en el edificio, brillando en los cristales como si estuviesen en llamas. Frente a la mansión se extendía un parque de robles y bordeado de abetos que se recortaban contra el cielo. El reloj de la torre de la iglesia -oculta tras la franja de árboles, y cuya veleta dorada era lo único de ella que recibía la luz- estaba dando las seis, y sus tañidos llegaban arrastrados por el viento. Todo contribuía a transmitir al espíritu del niño una impresión agradable, aunque teñida de esa especie de melancolía propia de un atardecer de principios de otoño, mientras esperaba a que le abriesen.

El coche le traía de Warwickshire, donde había quedado huérfano. Gracias al generoso ofrecimiento de su viejo pariente el señor Abney llegaba ahora a Aswarby para quedarse. Fue un ofrecimiento inesperado, porque los que conocían al señor Abney le consideraban una especie de recluso, para el que la llegada de un niño supondría un elemento nuevo e incompatible. La verdad es que se sabía muy poco de las ocupaciones del señor Abney. Habían oído decir al profesor de Griego de Cambridge que el hombre que más sabía sobre creencias religiosas de los últimos paganos era el dueño de Aswarby. Desde luego, su biblioteca contenía todo lo publicado hasta entonces sobre los Misterios, los poemas órficos, el culto a Mitra y los neoplatónicos. En el vestíbulo de mármol se alzaba un hermoso grupo de Mitra matando al toro, importado de levante a un coste considerable por el dueño. Éste había publicado una descripción de dicho grupo en la Gentleman's Magazine, y había escrito una notable serie de artículos en la revista Critical Museum sobre supersticiones de los romanos durante el Bajo Imperio. En resumen, se le tenía por una persona sumergida en los libros; por lo que causó una sorpresa enorme entre sus vecinos que se hubiese enterado siquiera de la existencia de Stephen Elliott, su pariente huérfano, y más aún que se hubiera ofrecido a acogerle en Aswarby Hall.

sábado, 29 de enero de 2011

La mosca (William Blake)


Pequeña mosca,
tus juegos veraniegos
fueron truncados
por mi descuidada mano.

¿No soy yo
una mosca como tú?
¿O no eres tú
un hombre como yo?

Porque bailo
y bebo, y canto
hasta que alguna mano ciega
me arranque el ala.

Si el pensamiento es vida,
fortaleza y aliento;
y la ausencia
de pensamiento es muerte;

entonces yo soy
una mosca feliz,
ya vivo, ya muerto.
William Blake

jueves, 27 de enero de 2011

El buitre (Franz Kafka)



El buitre me picoteaba los pies. Ya me había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos amenazadores alrededor y luego continuaba su obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba al buitre.

-Estoy indefenso –le dije-, vino y empezó a picotearme; lo quise espantar y hasta proyecté torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos.
-No se debe atormentar – dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.
-¿Le parece? –pregunté-, ¿quiere encargarse usted del asunto?
-Encantado –dijo el señor-, no tengo más que ir a casa a buscar mi fusil, ¿puede aguantar media hora más?
-No sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después agregué: - por favor, pruebe de todos modos.
-Bueno –dijo el señor-, me apuraré.

El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado vagar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco más lejos, retrocedió para alcanzar el impulso óptimo, y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó su pico en mi boca, profundamente.

Al caer de espaldas sentí como una liberación; sentí que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre, irremediablemente, se ahogaba.
Franz Kafka

miércoles, 26 de enero de 2011

Ley Sinde, Round two: Fight! PSOE y PP rescatan la ley en el Senado. De la Iglesia dimite. Internautas amenazan con quejarse en mayúsculas.


Tras una alianza contra natura, PSOE y PP han presentado una enmienda conjunta en el Senado para rescatar la llamada ley Sinde, que fue tumbada en el Congreso el 21 de diciembre. La ministra González-Sinde, más conocida como el Anticristo de Internet, explicó ayer en la cámara alta las modificaciones, que son unas cuantas, pero no impiden que la ley siga apestando.

Oficialmente llamada disposición final segunda de la Ley de Economía Sostenible (LES), la ley Sinde permitiría el rápido cierre de webs cuyos contenidos violen los derechos de autor. Por rápido queremos decir que a 5 días de la primera denuncia puedes estar ante el juez, y en 10 días tener sentencia. Los que roben propiedad intelectual tendrán que reciclarse y robar carteras: tardarán más en ir al trullo.

Para el PP, estas modificaciones son estupendas porque dan más relevancia al juez, que previsiblemente tenderá a dar la razón a la poderosa sociedad de intelectuales antes que al piratilla de turno. Aunque, seamos sinceros: hay muchos jueces en este país, y nos sorprendería que ninguno tuviese el BitTorrent a toda máquina en casa mientras da mazazos en el juzgado.

Para los internautas, en cambio —bueno, internautas son hasta mi abuela; léase, mayormente, «los que hacen bandera de ser demasiado rácanos para ir a la FNAC»—, las modificaciones no arreglan nada. En primer lugar, porque la ley Sinde se sigue llamando ley Sinde, y eso basta para excitarles y ponerles en modo «brasa». Y en segundo lugar, ya rascando bajo la superficie, porque la Comisión de Propiedad Intelectual que se encarga de poner el punto de mira en las webs sospechosas sigue moviéndose entre pautas más bien difusas. No se sabe cuándo entiende que hay ánimo de lucro, no distingue entre contenidos o enlaces a contenidos... Vaya, que posiblemente se dejen guiar por un grupo de afines al ministerio de Cultura (Alejandro Sanz, algún director; los mismos putos cuatro de siempre, vaya, apropiándose el nombre colectivo de «creadores»), que señalarán con el dedo a cualquier web desafortunada, gritando como Donald Sutherland al final de Los ladrones de cuerpos.

Total, que entre los autoproclamados «creadores» y los autoproclamados «internautas», con el retorno de la ley Sinde tenemos coñazo para varios meses más. Y a todo esto, los que creamos (artículos de risa, por ejemplo) y nos bajamos cosas a la vez seguimos sin saber dónde meternos. Eso sí, vemos la batalla en primera fila: artistuchos subvencionados a un lado y revolucionarios pulsadores de F5 al otro. Es fantástico. Como ver a los políticos de toda la vida, señores.

lunes, 24 de enero de 2011

El ajustamiento


Sintiendo el estrangulado aliento de la
muerte a mi lado, creo es hora de tomar
cuentas de un tiempo ya lejano pero cercano
en la memoria, pues es cierto que en los seniles
recovecos mentales lo antiguo es más próximo
que lo reciente; por eso recuerdo como si fuera
ayer el triste día que ahora os voy a rememorar.

Era una fría mañana de enero, un 5 marcado
en el calendario, víspera de reyes más concretamente,
cuando la lisonja de unos acontecimientos
que me harán arder en el infierno hicieron
de mí, entonces solícito caballero, un fiero
asesino sin cuentas ni auxilio por ahogar mi delirio.

Conocí ese día a una fulana muy presta al servicio
solícito de compañía para taciturnos sin rumbo
fijo, y era entonces un juego de niños, una apuesta
sin rémora, una tontería de babelia incurrir
en sus asuntos por ganar una apuesta para
convencer a los amigos de, además de compañía,
buena tanda de polvos le metía a la ramera.

Y en esas me encontraba, presto a la zalamería
para capturarla con mi puñal carnívoro cuando
me rechazó por completo y preso de los nervios
buen bofetón le di, pareciéndome poco, asiéndola
del cuello y soltándoselo a su postrero bufido. Salí
corriendo y no me dieron preso, pero Satanás me mira
desde el infierno hoy que mi dicha es morir en lamento.

Antonio Jiménez